Cuando la palabra se hace puño

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

17 dic 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El hecho de que un joven golpee salvajemente, y sin mediar palabra, al presidente del Gobierno, que se paseaba tan tranquilo como candidato electoral por la misma ciudad por la que corrió de niño y de chaval, podría considerarse una anécdota sin más importancia que el hecho brutal de la agresión, en sí misma intolerable y que condenarán, sin duda, la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles.

Existe, sin embargo, otra forma de analizar ese puñetazo en plena cara que Rajoy sufrió ayer tarde en Pontevedra mientras hacía algo tan peligroso y agresivo como pedir el voto para las elecciones generales: inscribirla en el contexto del deterioro de nuestra vida política, en la que el insulto al adversario se ha convertido en moneda corriente y en la que algunos políticos irresponsables y jugadores de ventaja tiran la piedra y esconden la mano de la forma más ruin.

Y es que hay ciertas cosas que sencillamente no pueden decirse en democracia para descalificar a los competidores electorales o políticos. Hay responsabilidades que es una indecencia moral atribuir alegremente a un gobernante. Hay acusaciones que, tras ser lanzadas, no pueden pretenderse inocentes cuando quien las formula sabe a ciencia cierta que caen en un campo abonado por el cabreo social, la desafección política y las angustias económicas.

Acusar a un gobernante a grito limpio (en realidad a grito sucio) de ser un asesino por su política económica -política supuestamente responsable de miles de muertes por los recortes sanitarios-, hacer a otro responsable directo del sufrimiento social que han generado en España el paro y los desahucios, o a un tercero culpable político y moral de las muertes que un gravísimo accidente ha provocado indica, sin exageración, que se han roto todos los diques que hacen de la política una actividad noble, en la que compiten en buena lid quienes se consideran adversarios entre sí y no encarnizados enemigos.

Es más que probable que un episodio tan vergonzoso, y tan triste, al mismo tiempo, como la agresión al presidente del Gobierno de un joven que, por serlo, tiene toda la vida por delante no vuelva a repetirse ni mañana ni pasado. Pero esa relativa seguridad no significa en ningún caso que en España no se hayan traspasado desde hace tiempo bastantes de las líneas rojas dentro de las cuales debe desenvolverse la lucha democrática.

Es sobre esa preocupante realidad sobre la que deberían meditar en serio y sin cinismos los líderes que hoy mismo competirán por ver quién condena la agresión al presidente con mayor rotundidad. Porque con los complicadísimos tiempos que, tras las elecciones del próximo domingo, van a venírsenos encima, o todos hacen un sincero ejercicio de responsabilidad y de concordia o el ambiente político en España podría acabar por ser irrespirable. No hay que condenar hoy el puñetazo y volver mañana a decir atrocidades. Hay que tener cuidado con la boca para que nadie deje de tenerlo con sus puños.

la campaña del 20D