El tetraempate es una orden, no un descuido

Daniel Ordás
Daniel Ordás LA MIRADA EXTERIOR

OPINIÓN

10 dic 2015 . Actualizado a las 15:41 h.

Ya están valorados los trajes, las corbatas, las ausencias y suplencias en debates, y ya sabemos de casi todos los cabezas de lista su plato preferido y los chistes que más les han hecho reír. Ahora toca hablar de política y de propuestas, para valorarlas y repartir la gracia de los votantes como más oportuno nos parezca.

Lo que es bastante seguro es que después del 20 de diciembre España volverá a tener un Gobierno. Puede que tarde, como en Andalucía, o puede que tarde mucho, como en Cataluña, o puede que tarde muchísimo, como en Bélgica, pero España nunca será ingobernable. Los españoles decidirán la fuerza que le quieren dar a cada partido y estos tendrán que jugar con las cartas que les echemos. Lo que ya está claro de antemano es que ninguno de los 350 españoles que obtengan un escaño el 20 de diciembre tiene la legitimidad moral ni política de volver a presentarse en el caso de que rechazaran formar un Gobierno con las mayorías que nosotros decidamos y nos obliguen a repetir las elecciones. No se puede tolerar que los 350 diputados electos el 20 de diciembre insinúen que hemos votado mal y que decidan que tenemos que volver a votar, pero a la vez tengan la desfachatez de volver a presentarse. Los que se equivocan en el caso de fingir ingobernabilidad son los 350 electos, no los votantes; y lo que hay que cambiar en ese caso son los candidatos, no a los votantes y sus convicciones.

Todos votaremos el 20D libremente y en conciencia, y tengo la gran esperanza de que logremos un tetraempate, para forzar unos cambios profundos, pero moderados, sin que nadie se pase de soberbio y sin dejar a nadie atrás. Si los españoles repartimos nuestros votos equitativamente no es una equivocación; es nuestra voluntad de que en esta etapa de cambio haya un Gobierno que necesite a los otros tres para hacer las grandes reformas que no se hicieron en 37 años, porque siempre hubo un Gobierno que negaba la existencia de la otra mitad de España.

No sé quién ganará estas elecciones, pero espero que las distancias entre los primeros cuatro sean mínimas, e incluso que varíe el orden entre los que ganan por votos y los que ganan por escaños, para que aquellos que -por casualidad o por las trampas matemáticas del sistema electoral- logren más escaños sepan que no tienen más legitimidad.

Sobre la base de un tetraempate que represente al 80 % de los españoles y que sepa que no se debe ignorar tampoco a los nacionalistas, se pueden sentar los fundamentos de la reforma de la Constitución de 1978, una obra incompleta que hoy menosprecian los que no tuvieron ni tienen el talante y valor de completarla, desarrollarla y dejarla abierta para generaciones venideras.

Que nadie tire piedras contra esta casa de cristal: ni los que pasaron décadas turnándose sin darse cuenta de que la Constitución es un proceso, ni los que creen que nacer tarde es una virtud. Los españoles somos un poco de nueva derecha y un poco de vieja derecha, un poco de nueva izquierda y un poco de vieja izquierda, y sobre todo somos lo suficientemente inteligentes como para no permitirle a los unos ni a los otros que vuelvan a ningunear al resto. En un mundo en el que la mayor parte de las decisiones que conciernen a los españoles no las toma el Gobierno de España, cabe esperar que para el poco margen de maniobra que tienen se pongan de acuerdo y nos presenten en esta legislatura una reforma constitucional en la que incluyan cuestiones esenciales como los instrumentos de participación ciudadana, el control democrático, la reforma del Senado, el nuevo sistema electoral y un nuevo modelo territorial con competencias claras.

El tetraempate no es un descuido ni una casualidad; es una orden clara y concisa de que queremos cambio, y que sea un cambio moderado pero en profundidad, con una de cal y una de arena para todos.