Pueden creerme: yo entiendo la endemoniada situación que atraviesa Pedro Sánchez. Endemoniada, en primer lugar, porque casi todas las encuestas pronostican para los socialistas un resultado realmente desastroso: la del CIS, una caída de entre 21 y 33 escaños respecto de la debacle de las pasadas generales (77 a 89 frente a los previos 110). Y endemoniada, sobre todo, porque a Sánchez solo le sirve un resultado para continuar al frente del PSOE: llegar a la presidencia del Gobierno. Si no lo logra, sus compañeros de partido se encargarán de que su sueño dure lo que el agua en un cedazo.
Pero la política es así y, por eso, lo que no vale es rebelarse contra su regla más elemental: que no es posible ganar siempre. Sánchez no lo acepta y es la razón por la que se ha metido en un laberinto demencial, en donde hoy dice una cosa y mañana la contraria, y hoy hace una propuesta para desmentirla al día siguiente.
Por ejemplo: nadie sabe ya en España -y me temo que tampoco en el PSOE- que hará Pedro Sánchez con la reforma laboral, que, según el día, piensa ¡derogar, alterar o mantener! ¡Ahí es nada! Ni nadie sabe en España -y me temo que tampoco en el PSOE- cuál es la estrategia de su candidato a la presidencia del Gobierno para llegar a la Moncloa.
Hace tres o cuatro días el mensaje del líder socialista era que había que concentrar en el PSOE todos los votos de la izquierda para ganar a lo que él llamaba entonces (¡y entonces era hace 78 horas!) «las dos derechas españolas», es decir, al Partido Popular y a Ciudadanos.
Ha bastado con que el CIS haya hecho público su último sondeo -que apunta a que esas dos derechas sacarán juntas más escaños que todos los demás partidos que obtengan representación en el Congreso: entre 183 y 194- para que Sánchez haya dado un giro de 180 grados y haya pasado a proponer un gobierno de una de esas derechas (Ciudadanos), el PSOE y lo que se ha cansado de calificar como una opción populista antisistema (Podemos). ¡Todo sea por verse en La Moncloa!
Para entendernos: con tal de alcanzar la presidencia y, dado que de cumplirse los pronósticos de la práctica totalidad de las encuestas Sánchez no podrá hacerlo ni solo con Podemos, ni con Podemos y todos los restantes partidos de extrema izquierda con representación en el Congreso, el candidato socialista está dispuesto a encabezar un gobierno imposible, que va de lo que él considera la derecha a la extrema izquierda antisistema y populista.
En una palabra: a Sánchez no le importa cómo llegar al Gobierno, ni si una vez en él va a poder gobernar o no, con tal de conseguir su finalidad, que es la única que le asegura que no lo decapite políticamente su partido. Sánchez no tiene, en suma, más objetivos ni más límites que sus ambiciones personales.
También en eso, bueno es saberlo, se parece a Zapatero.