No hace falta reinventar la democracia cada día

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

01 dic 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Confrontar ideas y programas es la esencia de la democracia. Y cualquiera que aspire a presidir el Gobierno debería comparecer en un debate para que sus propuestas puedan ser contrastadas con las de quienes aspiran a ocupar el mismo cargo. Dicho esto, conviene no magnificar un debate televisado confundiéndolo con el Parlamento, ni convertir en absolutamente decisivo algo que es una parte más de la democracia. No nos engañemos. Lo que queda de los debates no son las ideas, sino los detalles. El dato equivocado, el sudor de Nixon, la niña de Rajoy o las meteduras de pata sobre Kant. Asuntos que pueden resultar reveladores, pero que, en general, tienen poco que ver con la capacidad para dirigir un país. Lo importante son los programas, pero nadie los lee. Y decidir el voto únicamente en función de si un candidato está más o menos ocurrente en un debate no deja de ser una frivolidad.

Yo sé que decir esto le convierte a uno en sospechoso, pero alguien tenía que decirlo. El exceso de debates tampoco es bueno. Que uno enciende la tele y todo es un eterno cara a cara entre Albert Rivera y Pablo Iglesias, o Albert Iglesias y Pablo Rivera, porque uno llega a confundirlos. Debates ha habido siempre y debe seguir habiéndolos, con medida. Pero hay ahora un empeño adanista en dar a todo lo que afecta a estas elecciones un sentido de nueva era. Tenemos, por ejemplo, esa cansina queja sobre la política espectáculo, como si fuera algo novedoso. En las campañas, los políticos han hecho el ganso toda la vida. Este que suscribe ha visto, sin necesidad de viajar más allá de Orión ni acercarse a la puerta de Tannhäuser, cosas que no creeríais. A un tipo tan envarado y aburrido como Landelino Lavilla, que de tan estirado parecía haberse tragado el palo de una escoba, bailando un patético pasodoble con su esposa en la campaña de 1982. Éxito no tuvo, porque luego UCD protagonizó el mayor derrumbe de un partido en el mundo occidental.

Algunos se ponen ahora estupendos porque los candidatos vayan a lo de María Teresa Campos y lo de Bertín. O sea, que nos hartamos a pedir que los políticos se humanicen y bajen a la calle, y cuando lo hacen algunos levantan la ceja porque solo ellos tienen derecho a interpelarlos en esos horripilantes programas de debate en los que todos gritan. Como si la política fuera cosa de élites intelectuales y quienes disfrutan de los programas de entretenimiento fueran ciudadanos de tercera. Y hay también esa cosa tonta de empeñarse en que las elecciones se ganan hoy en Twitter y el que no está ahí no cuenta. Pero el poder no está Twitter, sino en la televisión, que recoge lo que se dice en Twitter y en cualquier otro sitio y lleva ese mensaje a una inmensa mayoría de españoles que ni saben lo que es Twitter ni puñetera falta que les hace. Algunos confunden el declinar de la viejos partidos y la irrupción de los nuevos con una necesidad de reinventarlo todo cada día. Pero la democracia se inventó hace mucho. Se trata de elegir un Gobierno. Ni más, ni menos.