La furia evaluadora de la enseñanza española

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

27 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde que un niño entra en España en la enseñanza primaria hasta que, si es el caso, sale de la universidad, o la FP, vive sometido a una inaudita furia evaluadora, que puede convertir su vida, y la de sus padres, en una pesadilla. Y ello porque esa enseñanza está pensada mucho más para la obsesiva acumulación de los datos que embuten en su memoria los alumnos que para facilitar un aprendizaje de alta calidad: es decir, uno que favorezca su autonomía a la hora de aprender, aumente la capacidad de juicio crítico, favorezca su solvencia para expresar oralmente saberes y opiniones y, en suma, consolide esa cultura que se va acumulando con el paso de los años.

Así las cosas, un alumno de primaria o secundaria, o de la universidad, capaz de devolver en una prueba escrita los conocimientos adquiridos para examinarse (gran parte de los cuales olvidará inevitablemente en las semanas posteriores) puede tener serios problemas para exponer razonadamente sus ideas al respecto, no digamos ya si ello debe hacerlo en público.

Si, pese a esta patológica obsesión con los exámenes, nuestra enseñanza es mejor de lo que, incluso en España, piensa la mayoría de la gente, ello se debe al trabajo, en gran medida vocacional, de los docentes, que con dosis, en ocasiones titánicas, de buena voluntad y generosidad profesional, son capaces de superar tanto la normativitis de Parlamentos y Gobiernos centrales y autonómicos -que, tras cada elección, cambian el sistema-, como el nefasto vicio compartido por todos los vigentes hasta hoy: unos diseños curriculares demenciales, no por escasos sino por excesivos, origen de nuestras altas tasas de fracaso escolar, auténtico agujero negro de la enseñanza secundaria; y una grave examinitis, que convierte el medio (examinar) en objetivo, y el objetivo (aprender) en simple medio.

La prueba irrefutable de que la labor de los docentes consigue que la calidad de nuestra educación primaria y secundaria sea mucho mejor de lo que es creencia muy extendida reside en la buena preparación de los profesionales que salen de los ciclos formativos y de la universidad, a muchos de los cuales se los rifan en el extranjero, según es bien conocido.

Por eso, no acabo de entender la propuesta de José Antonio Marina, conocido pedagogo, de la que todo el mundo habla estos días. Víctima también al parecer de esa disparatada furia evaluadora, Marina, que propone condicionar el sueldo de los docentes a su evaluación y a la de sus centros, debe considerar que los docentes de primaria y secundaria son los responsables de que las cosas no marchen bien en la enseñanza, cuando todo indica que son ellos, precisamente, los que, con su buen hacer, consiguen en general corregir los vicios de un sistema diseñado, «con fallas y a lo loco», por esa parte del cuerpo donde la espalda pierde su ilustre nombre.