La espiral de violencia que no cesa

OPINIÓN

26 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Después de París y Mali -que fueron ayer mismo-, ya hemos visto el derribo de un caza ruso a manos de Turquía, una nueva matanza en Túnez, que algunos países europeos se unen a Putin y Hollande para convertir al tirano Al Asad en la dovela imprescindible de la paz, y que la OTAN no consigue formar un criterio común sobre las consecuencias no queridas de este torbellino y sobre la forma en la que debería afrontarse este conflicto desde la política, la cooperación y el derecho. Alguien está acelerando la espiral de la guerra de forma intencionada. Y pronto podemos encontrarnos en una situación parecida a la que Miguel Hernández describió en El rayo que no cesa: «Un carnívoro cuchillo/ de ala dulce y homicida/ sostiene un vuelo y un brillo/ alrededor de mi vida».

La gente de Occidente, que solo mira su ombligo, ya convirtió este pasaje de la historia en un wéstern de buenos y malos. Como si el maniqueísmo impostado y egoísta fuese la única forma que tenemos para legitimar nuestros derechos, nuestro modo de vivir y la calculada ambigüedad de un universo de valores que, para adaptarse a la libre interpretación de cada cual, está dejando de funcionar como la columna vertebral de nuestras sociedades. Por eso no nos damos cuenta de que cuanta más estopa arreamos, más penetrados quedamos por los fundamentalismos que decimos combatir.

Aquí, en Occidente, siempre pasa lo mismo: que una sociedad opulenta, que deja de construir su identidad común y los principios que explican y garantizan su existencia, no percibe las fisuras que se van abriendo en sus estructuras. Y lejos de poner en orden nuestra casa, seguimos convencidos de que todo lo bueno está dentro y todo lo malo fuera, mientras pugnamos por convertir nuestras patrias en islas de bienestar y en castillos inexpugnables. Así cayó Roma, aunque los romanos creyeron que la habían derrumbado los bárbaros. Así cayeron también los imperios modernos -el español, el francés y el británico- aunque los dirigentes de cada etapa creían que los aniquilaban los corsarios ingleses y el liberalismo criollo, la armada inglesa y el Congreso de Viena, o las guerras mundiales y la ONU. Porque la dura realidad es que todos esos imperios se agrietaron por dentro antes de que llegasen las brigadas de demolición.

La prueba de que la UE tiene de grietas es que no sabe defenderse. Que siempre que se ve en peligro regresa a los Estados y desconfía de su unidad. Y que, lejos de hacerse firme en la paz, la democracia y la solidaridad, acaba entregando su futuro a los himnos y las banderas. Europa no tiene líderes porque no tiene un pensamiento político común. Y si seguimos así volveremos a las andadas. Porque los grandes proyectos que se hicieron por aquí nunca sucumbieron al empuje de los elefantes, sino a las picaduras traidoras de los mosquitos.