Sembrar el terror, regar con sangre

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

15 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

«Carnages á Paris» («Matanzas en París»): el titular con el que abrió su edición de ayer el diario francés Libération expresa, con esa crudeza que no exige utilizar grandes palabras, la oscura noche que acababa de vivir la ciudad de la luz, que es la de nuestra libertad. Un dato basta para constatar la extraordinaria gravedad del ataque terrorista: el presidente de la República, haciendo uso de las facultades constitucionales, decretó el estado de emergencia, situación que no tiene durante toda la V República más que un precedente: De Gaulle hizo lo mismo en abril de 1961, tras el intento de golpe de Estado de los generales en Argelia. Por desgracia, esa medida extrema es proporcional al terrible peligro al que hoy se enfrenta el mundo libre, el peor que desde la derrota del comunismo y los fascismos ha amenazado la que Karl Popper llamó con precisión sociedad abierta: el yihadismo que, en este caso de la mano del Estado Islámico, ya ha reivindicado la carnicería de París. En el terrorismo yihadista militan unos criminales desalmados y fanáticos hasta extremos de delirio, es verdad, pero ello no significa en absoluto que quienes organizan, impulsan y financian sus devastadores atentados no sepan perfectamente lo que hacen.

El objetivo es tan brutal como sencillo: sembrar un terror indiscriminado que, por serlo, envía a todos un clarísimo mensaje: que nadie está seguro en ninguna parte del planeta. Esa siembra se riega con la sangre de unas víctimas que se convierten para los terroristas en meros instrumentos al servicio de la una estrategia que persigue que los Estados democráticos desistan de intervenir en conflictos donde los propios yihadistas tratan de conservar o tomar el poder con un programa elemental: volver a la Edad Media. Tal desistimiento constituiría, sin embargo, no solo una traición a los millones de seres humanos que viven hoy o están amenazados de vivir bajo regímenes de tipo medieval, sino también una irresponsabilidad, como lo demuestra la pavorosa crisis humanitaria que la huida masiva de la guerra en Siria ha provocado en nuestro continente.

El presidente de la República francesa ya ha proclamado con toda claridad que no dará ni un paso atrás. Hacerlo sería la mejor forma de confirmar a los terroristas que asesinar a discreción es el camino. Francia y todas las democracias de Occidente deben ahora combatir al yihadismo, sabiendo que esta es una guerra en defensa de la libertad de todo el mundo. François Hollande tiene a su favor el saber que, a diferencia de lo ocurrido en España, nadie -ni la oposición política ni los ciudadanos que la apoyan- lo acusará a él o a su Gobierno de ser los verdaderos responsables de los atentados de París por haber decidido enviar tropas a Siria.

Y que nadie tratará de ganar las elecciones prometiendo la retirada de esas tropas.