O que non se conforma é que non quere, dicen los sabios de mi pueblo. Hoy tenemos una magnífica oportunidad de demostrarlo: el que quiera puede conformarse con los resultados del barómetro del Centro de Estudios de Opinión (CEO) del Gobierno catalán. Según ese sondeo, los independentistas todavía son menos que los partidarios de la unión. Los separa un modestísimo punto y una décima porcentuales (46,7 frente a 47,8), pero es un punto y una décima. «Peor sería al revés», dirán los conformistas que se consuelan pensando que España todavía va ganando en la carrera del aprecio popular.
Sin embargo, este estudio aporta la última señal de alarma, aunque sea un sondeo oficial, con lo cual tiene credibilidad limitada, vista la manipulación que el separatismo gobernante suele hacer de la realidad. El margen de error confesado es alto, porque se aproxima al 3 por 100 y el trabajo de campo se hizo un mes después de las elecciones del 27 de septiembre, con lo cual es normal que la mayoría de los resultados se repitan. Aun así, es un material interesante, porque mide el enraizamiento social y la evolución del independentismo, que es al final la clave del conflicto, por mucho que se invoquen las leyes y la Constitución.
Primera anotación que me parece de interés: si quien crece en intención de voto y de forma espectacular es la CUP, es que el independentismo se radicaliza. De nada sirve llamarle antisistema o descalificarle con todo tipo de improperios: demuestra más capacidad de atracción que ningún otro. Una parte de la población catalana ya no está por la moderación.
Segunda: las formaciones del bipartidismo español están dejando de conectar con esa sociedad. PSC y PP pierden votos y ambos andan por su mínimo histórico. Me pregunto de qué sirven a efectos populares los acuerdos entre Rajoy y Pedro Sánchez si no tienen suficiente base social, y de qué sirven los discursos de Rajoy sobre Cataluña si allí se queda sin seguidores.
Tercera: en la triple opción independencia-federalismo-autonomía, la autonomía es la perdedora. Es una fase histórica superada. Y, ay, el federalismo solo le parece bien al 27,4 por ciento de la población. ¿Puede sostener Pedro Sánchez que la reforma de la Constitución es la forma de evitar la desconexión? Si siempre lo he dudado, ahora lo dudo mucho más.
Y cuarta: se confirma el empate técnico entre independentistas y españolistas. Es una sociedad partida por la mitad. Vuelvo a mi convicción más escrita: nadie está legitimado para imponer la independencia, pero tampoco nadie puede ignorar que media Cataluña quiere romper. ¿Hay alguna forma de transformar esto en acción política? Con toda la tristeza en el alma, me temo que ya es muy tarde.