Iglesias o el arte de la traición permanente

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

01 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La decisión de Mariano Rajoy de llamar a la Moncloa a Pablo Iglesias sabiendo que propugna un referendo independentista y que no reconoce la Constitución de 1978, y sobre todo la de dar a Podemos el estatus de cuarta fuerza política española que solo tiene en los sondeos, es discutible en términos políticos y hasta protocolarios. Distinto es el caso de Albert Rivera, ya que Ciudadanos, que tampoco tiene representación en el Congreso, ocupa el liderazgo de la oposición en Cataluña refrendado por los votos, y no por las encuestas. De antemano sabía el presidente que Iglesias no aportaría nada contra el desafío secesionista y en defensa de España. «Nada perdí con la conversación», esgrime Rajoy. Tiene razón, porque quien perdió la oportunidad de reivindicarse como un demócrata fue Iglesias. Y algo ganaron quienes lo consideraban un líder nacional, porque saben ya que mal puede liderar una nación quien pone los medios para destruirla.

Iglesias sufre un empacho de lecturas mal digeridas de El príncipe, de Maquiavelo; de El arte de la guerra, de Sun Tzu, y de Juego de tronos, de George R. R. Martin. Y de esa indigestión sacó la idea políticamente abyecta y moralmente despreciable de que el fin, en su caso el poder, justifica todos los medios. Solo así se explica el catálogo de traiciones en el que ha convertido su breve carrera política. Comenzó traicionando a IU para conseguir un escaño en el Parlamento Europeo e insultando a sus excompañeros de militancia comunista. Continuó traicionando a sus críticos en Podemos, entre ellos a Pablo Echenique, a los que impidió antidemocráticamente entrar en la dirección si no asumían todas sus propuestas.

Compadreó con la rama política de ETA y luego lo negó. Fue desleal con sus propios votantes al renegar de la izquierda. Se deshizo de Monedero, con el que fundó Podemos, cuando vio que le estorbaba. Idolatró al tirano Chávez, que lo amamantó, pero abjuró del chavismo cuando vio que le convenía. Dijo que nunca pactaría con la casta, pero se alió con el PSOE. Aseguró que no iría nunca en una lista con IU y es lo que hizo en Cataluña y va a hacer en Galicia. Apoyó a Tsipras cuando vio que iba a gobernar, se distanció de él cuando cayó en desgracia y se arrimó de nuevo al griego cuando volvió a ganar. Juró que no se reuniría nunca en secreto «en los reservados de los restaurantes» y es lo que hizo con Pedro Sánchez y con la dirección de La Sexta. Garantizó durante la campaña que jamás apoyaría la independencia de Cataluña y luego dio su voto a Carme Forcadell para que proclamara la república catalana. Renunció al Parlamento Europeo para el que fue elegido diciendo que era el eurodiputado más activo y es el tercero que más novillos ha hecho. A Iglesias no le queda ya nada ni nadie a quien traicionar. No es extraño por ello que, pese a reivindicarse como un patriota, termine traicionando a su propio país, que es lo que ha hecho al rechazar sumarse a la defensa de la soberanía nacional, de la ley y de la igualdad entre los españoles.