Una fiesta nacional trufada de debates

Xosé Luis Barreiro Rivas
Xosé Luis Barreiro Rivas A TORRE VIXÍA

OPINIÓN

12 oct 2015 . Actualizado a las 23:10 h.

Si tuviese que escoger entre las fiestas nacionales de Francia o Estados Unidos y la de España, rebozadas en patriotismo de himnos y banderas las primeras, y sumida la nuestra en un desmitificador complejo de inferioridad y fracaso colectivo, me quedo con la nuestra, en la que, aunque solo sea por antífrasis, se respira un aire de posmodernidad que a mí me sabe a autenticidad y libertad. Nunca pude entender a los ciudadanos corrientes arrebolados delante de una bandera como si entendiesen sus significados imperiales y su retórica militarista. Y siempre tuve la sensación de que detrás de esos himnos cantados con devoción religiosa y con las manos pegadas al corazón solo puede haber un adoctrinamiento patriotero nacido de una visión hemipléjica de la historia y del presente.

Claro que entre Francia y nosotros debe haber, en algún sitio, un justo medio. Y mucho me gustaría que la fiesta nacional, en vez de convertirse en una ocasión para que los más rachados y despistados exhiban su estulticia política, y transformen sus rancias espantadas en dogmas de un big-bang generador de patrias irrelevantes, fuese un tiempo día para la reflexión razonable, en el que, sin negar ni errores ni carencias, sepamos ver con algo de orgullo el capital político e histórico que hemos heredado y que juntos compartimos. Tampoco estaría mal que la otra parte, la que en entendible reacción pendular exhibe su patria como la patria de todos, templase un poquito su esplendor y su gloria, para que todos tengamos la ocasión de encontrarnos -si somos capaces de mantener el 12 de octubre como fiesta nacional- en un punto de equilibrio desde el que sean igual de visibles los grandes errores que destacan los unos y las grandes glorias, impolutas, que quieren cantar los otros. La virtud es el medio, decían los clásicos, y para España, que siempre fue país de extremos, empieza a ser, también, una gran necesidad. Sea como quiera, lo cierto es que la Fiesta Nacional de este año coincide con un momento en que buena parte del mundo -Medio Oriente, Norte de África, Ucrania, Turquía, Siria, Afganistán, Irak, Pakistán, y, con menos dramatismo, muchos países emergentes- está preñada de inquietantes presagios de pobreza, desorden social y guerra. Y por eso no sería malo que todos, como país, nos mirásemos al espejo, y que, libres de las apocalípticas profecías de desmoronamiento social y económico que dominaron los primeros años de la crisis, supiésemos ver el privilegiado lugar que ocupamos en el mundo, y la enorme facilidad con la que, según nos orientemos y hagamos, podemos caer de un lado o del otro del fiel cada vez más visible que separa los países libres y prósperos de los que no lo son. Otra cosa, creo, sería mentirnos a nosotros mismos, y negarnos una parte del bienestar que en buena lid hemos ganado.