Presidentes que se muerden la cola

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

05 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La corta remodelación de la Xunta de Galicia anunciada ayer provocó, de inmediato, dos tipos de reacciones: las periodísticas, que apuntan insistentemente hacia la idea de que el cambio de Gobierno parece confirmar que Núñez Feijoo optará a un tercer mandato; y las políticas, a través de las que los partidos de la oposición trasladan un mensaje coincidente: que el Gobierno gallego, que antes daban por acabado por su continuidad, estaría muerto precisamente porque el presidente habría tenido que cambiarlo: es decir, ni so, ni arre.

Más allá de su certeza o incerteza, sobre la que los lectores juzgarán, esos juicios tienden a conceder una notable trascendencia a un dato político a mi juicio de escasa relevancia. Y es que en realidad todos los Gobiernos -el nacional y, en una medida aún mayor, los autonómicos- han acabado por ser esencialmente quien en cada caso los preside. Apurando mucho, quien los preside y quien, más o menos a sus órdenes (en general menos que más), dirige la economía del respectivo Ejecutivo.

Ese profundo contraste entre la dimensión política del presidente y la de quienes ocupan el puesto de ministros o consejeros autonómicos se demuestra, por ejemplo, cuando se mide en las encuestas el grado de conocimiento popular de los unos y los otros, grado que, salvo en casos muy contados, resulta ser incomparable. De hecho, hay muchos ministros y consejeros que se van a su casa sin que casi nadie se haya enterado de su previo nombramiento.

Esa fuerte presidencialización de los Ejecutivos parlamentarios, que no es cosa ni de Galicia ni de España, sino un fenómeno generalizado en toda Europa, tiene, además de otras varias, una consecuencia que Núñez Feijoo quizá podría confirmar: que ata a los jefes de Gobierno a su sillón presidencial aun en el caso de que estos tengan la voluntad decidida de marcharse. Dicho de otro modo: la incapacidad -querida o no, que esa es otra historia- de los presidentes para generar desde dentro de su propio equipo gubernamental a la persona o personas que podrían, llegado el caso, sucederles sin mayor dificultad, es la mejor garantía de que se verán, de grado o a la fuerza, obligados a seguir.

El presidente de la Xunta ha cambiado a una conselleira de Sanidad que se había ganado el cese a pulso y ha nombrado a los responsables de dos carteras de nueva creación que bien podrían haber sido otros diferentes. Los tres tienen en común que nadie hablará apenas de ellos cuando transcurran unos días, salvo en el caso de que sus deméritos sean tantos como para ganarse el premio de la impopularidad. Pero ni este cambio de Gobierno ni otros muchos que sería posible imaginar resuelven el auténtico problema con el que hoy se encuentra en Galicia el Partido Popular: la completa falta de banquillo.

El PP nacional, como sabe todo el mundo, vive el mismo aprieto, agravado por el hecho de que algunos líderes que podrían haber optado a suceder a Rajoy cuando aún había tiempo para ello -Núñez Feijoo, sin ir más lejos-, están (¡presidentes que se muerden la cola!) amarrados a los banquillos autonómicos.