Barro mi placita, tralaralarita

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

04 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

En un ambiente político crispado, sin apenas lugar para la risa, los nuevos equipos municipales de la llamada unidad popular (Madrid, Barcelona, las mareas gallegas) ponen, claro, una nota de color. Es verdad, ¡ay!, que, de momento, desconocemos totalmente qué piensan hacer con el poder alcaldes que lo alcanzaron convencidos de que con ellos todo iría mucho mejor que en el pasado, pero, aun admitiendo ese despiste sideral sobre la forma de gestionar los asuntos públicos locales, no cabe negar la contribución de esos munícipes a aquel Celtiberia Show que inventó el inolvidable Carandell.

¿O no es un show digno de Cantinflas que una concejala coruñesa (Rocío Fraga, responsable, por más señas, de Igualdad y Diversidad) estuviera a punto de prohibir una carrera popular porque no le gustaba las camisetas rosas de las participantes? ¡Brillante forma de asegurar la diversidad y la igualdad!

Ada Colau, que reconocía a los pocos días de llegar a la alcaldía que el activismo social era una cosa y gobernar otra muy distinta (y mucho más difícil), no retiró por ello las durísimas críticas contra sus antecesores, pero se unió enseguida al espectáculo circense con su suspensión de las licencias turísticas y su expresión de desagrado hacia el turismo de cruceros en la ciudad que más visitantes recibe en toda España.

Pero, puestos a premiar las payasadas, Manuela Carmena, que ha convertido el Ayuntamiento de Madrid en sede de La Codorniz, se lleva el Razzie. Y es que entre su primera gran humorada (que las mamás -¡ojo!, no los papás- limpiasen los colegios de Madrid) y la última -hacer a los estudiantes barrenderos voluntarios a la fuerza- (¡que obsesión purificadora!), la regidora de la capital de España es ya la gran dama del desatino y la ocurrencia.

¿Estudiantes barrenderos? Pues hombre, puestos ya a gestionar trabajo para nuestros universitarios, lo que estaría bien sería procurar que puedan hacer en España lo que en gran parte de los lugares que admiramos: tener un empleo a tiempo parcial por el que se saquen unas perras que les ayuden a sobrellevar los rigores de su vida económicamente dependiente. Así sucede en EE.?UU., por ejemplo, país de las mejores universidades del planeta, sin que se le haya ocurrido allí a ninguna alcaldesa iluminada que barran gratis las calles de Cambridge (donde está ubicada Harvard) o Georgetown (donde está la universidad del mismo nombre).

Lo dicho: en un ambiente dominado por un político trilero que lleva meses anunciando que va a pasarse la Constitución y las leyes por el arco del triunfo, las monadas de los nuevos alcaldes son a veces (¡solo a veces!) un desengrasante divertido, por más que prueben a las claras que estos supuestos salvadores de nuestro maltrecho trasatlántico local no tienen ni idea de por qué parte del cuerpo entra el flotador.