El fútbol, la razón de vivir

Manuel Mandianes PEDRADAS

OPINIÓN

03 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El fútbol está en todo y todo está en él. Tenemos que interrogar al fútbol por aquello que lo hace tan interesante para tanta gente. Para mucha gente, el acontecimiento más importante de la semana es el partido de Liga que juega su equipo. Para entender la sociedad de nuestros días hace falta analizar el protagonismo que le concede al fútbol. Es el tema más universal y preferido de conversaciones de café y todo tipo de reuniones de amigos, de tertulias en radio y televisión. El fútbol es un fenómeno social que merece ser estudiado. A pesar de que el fútbol, como todo juego, se aparta de la vida corriente y una de sus cualidades debería ser el desinterés, millones de personas en los más insospechados rincones del mundo lo toman en serio.

El fútbol no es un fenómeno aislado, sino un elemento del mundo actual que solo significa algo dentro del conjunto y, a su vez, el conjunto gana significado si se entiende el fútbol. Pocas actividades hay que tengan tanto poder de convocatoria y motivación y que sean compartidas por tantas personas de diferentes edades y ambos sexos, distintas culturas y religiones como el fútbol. Es un instrumento de cohesión social y escuela de valores individuales y colectivos. En un viaje reciente por los Balcanes, las únicas imágenes que me recordaban a España eran las fotografías de las estrellas de fútbol, multiplicadas mil veces en todas partes, que juegan en la liga española.

La diversidad de espectadores: hombres y mujeres, ricos y pobres, niños y adultos, no tiene la menor importancia; lo importante es la comunión de la que el grupo es causa y efecto. El deporte tiene el poder de cambiar el mundo, de inspirar y de unir a la gente de una forma que pocas otras cosas consiguen; y puede despertar esperanza donde antes solo había desesperación. La importancia que dan los medios de comunicación a las palabras de entrenadores, presidentes de clubes o jugadores famosos demuestra su importancia. La unidad de esta universalidad frente a la multiplicidad de opiniones pudiera definirse como unidad analógica de un concepto polisémico e indeterminado.

Si juzgamos la importancia de una cosa o acontecimiento por el número de páginas que los periódicos y el tiempo que las televisiones, en programas especiales y en informativos, le dedican, el fútbol es el más importante no solo de los deportes, sino de todos los acontecimiento de la vida cotidiana; al menos de buena parte de los países occidentales; mucho más que la política, la economía, la cultura o la religión. Un partido de fútbol quizás sea un intento de recuperar, aunque solo sea por un instante, al hombre que debería ser.

El hombre posmoderno vive el final de las grandes síntesis unificadoras producidas por el pensamiento metafísico tradicional, en un mundo en el que ya no hay estructuras estables y garantizadas capaces de ofrecer una única y última fundación normativa de nuestro conocimiento y de nuestra ética, que refleja el final de la metafísica, fuente de verdades eternas e inamovibles; el ideal de una certeza absoluta, de un conocimiento totalmente fundado y de un mundo ordenado racionalmente es un mito propio de un estado de la humanidad dominado por el miedo a las fuerzas de la naturaleza. El fútbol, entre otras cosas, marca el ritmo de las tristezas y de las alegrías de todas las clases sociales porque escenifica la dimensión agónica y muestra de manera plástica la incertidumbre de la existencia humana.