Cataluña inevitable, inevitable España

Uxio Labarta
Uxío Labarta CODEX FLORIAE

OPINIÓN

24 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Jaime Miquel nos ha ilustrado días pasados al respecto: siempre ha sido así. Desde hace tanto tiempo que esa situación política define a Cataluña. Porque desde 1999 la suma de ERC y CiU, hoy en la opción independentista, siempre ha superado el umbral de los 68 escaños de la mayoría absoluta. Lo que obviamente puede interpretarse como un asentado sentimiento de identidad nacional.

Quizá la violencia en Euskadi ha velado a muchos dirigentes populares y a otros socialistas, acostumbrados al cobijo de Convergencia i Unió para lograr su gobernanza de España, el asentado sentimiento nacional de Cataluña.

La llegada de Maragall a la Generalitat pretendió dar solución a una situación que iba camino de desbordarse luego del «café para todos» y el cupo fiscal vasco y navarro. Con más o menos aciertos, el nuevo Estatuto fue aprobado por las Cortes generales y refrendado por los catalanes, para luego, a instancias del Partido Popular, recurrirlo en un Constitucional, que decidió recortarlo y alterarlo. Y de aquellas aguas, estos lodos. Porque aparte de mantener la unidad de España y la igualdad entre españoles, si fuera el caso, creo que tal recurso y la recogida de firmas contra el Estatuto más tuvo que ver con una estrategia política, luego de la derrota electoral del 2004, dirigida a debilitar al Partido Socialista en Cataluña y también en España. Más allá de razones de Estado y de los peligros para la unidad de España y la igualdad de los españoles que Rajoy y los suyos reclaman.

Si la estrategia para debilitar a los socialistas en Cataluña les dio obvios resultados, ayudados por los desaciertos del Gobierno de Zapatero, también engendró las bases del problema político al que hoy nos enfrentamos. Para el Partido Popular, siempre escaso en Cataluña, quizá tal debilitamiento le haya resultado rentable, fracasada su vía alternativa de ganar en Andalucía, pero la dimensión del problema generado para el conjunto de los españoles tiene una envergadura indudable.

Ante la deriva secesionista de Mas y Convergencia, con sus falsedades evidentes, la estrategia del Gobierno se ha reducido a mantener la legalidad establecida o sobrevenida y a sembrar el miedo en torno a las consecuencias económicas o políticas que acarrearía una mayoría independentista, que sin suponer que el Gobierno tuviera entre sus objetivos potenciar el secesionismo por efecto búmeran, no ha dado salida a un problema que con el tiempo cae hacia el órdago plebiscitario.

Rechazo la estrategia independentista de Mas y Junqueras y no dudo de las graves consecuencias que para los ciudadanos el secesionismo conlleva. No solo de índole económica o de encaje internacional, sino por la profunda división que se ha generado en la sociedad catalana y entre esta y la del resto de España.

Y sin considerar que la reforma de la Constitución o la Tercera Vía son salidas suficientes, es necesario parar, templar y entenderse. Porque en las mentiras de unos no se encuentran las soluciones al inmovilismo y catastrofismo de los otros. Y de tan absurdo inmovilismo, confundiendo o removiendo la legalidad, tampoco se pueden esperar soluciones. Porque si España es inevitable para Cataluña, Cataluña es inevitable para España. Antes y después de diciembre, cuando sepamos qué nos ofrecen más allá de tautologías («Cataluña tiene una historia que no la tienen otros. Y otros tienen una que no tiene Cataluña»), o cuentos («España nos roba») para su Arcadia feliz.