Felipe González

Enrique Clemente Navarro
Enrique Clemente LA MIRADA

OPINIÓN

21 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Con sus indudables y brillantes luces, que pocos le discuten a estas alturas, pero también con algunas sombras muy oscuras, Felipe González marcó una época como líder de la oposición en la transición y luego al frente del Gobierno. Fue un líder que antepuso el pragmatismo a la ideología, daba igual que el gato fuera blanco o negro, lo importante es que cazara ratones, como decía la máxima que le escuchó a Deng Xiao Ping e hizo suya como bandera de su largo mandato. Convertido en un jarrón chino como expresidente, González se dedicó a ganar dinero y a vivir bien, cultivando amistades como la del multimillonario mexicano Carlos Slim o siendo consejero de Gas Natural. Pero es un animal político en estado puro y eso nunca se olvida. Ahora ha abrazado la loable causa de exigir la liberación del opositor venezolano Leopoldo López. Ha elegido esta y no otras muchas que también lo merecen, en China, Arabia Saudí o Marruecos sin ir más lejos. Está en su derecho. Pero en su afán de descalificar a Maduro ha desbarrado al afirmar que en el Chile de Pinochet se respetaban más los derechos humanos que en la Venezuela actual. Una cosa es arrear al impresentable Maduro y otra blanquear al sangriento dictador chileno, experto en desapariciones, asesinatos y torturas. Como también se equivocó en su carta a los catalanes, un alegato fundamentado contra el independentismo, pero en el que hizo una comparación odiosa entre lo que está pasando en Cataluña y lo que sucedió en los años 30 en Alemania e Italia, o sea, el nazismo y el fascismo. A esto se agarraron los secesionistas para descalificar el resto de los argumentos sólidos de la carta. Es el peligro de creerse por encima del bien y del mal.