El papa progre

OPINIÓN

03 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

No seré yo quien diga que ha habido una intoxicación mediática en cadena o una manipulación abortista de la carta del papa Francisco con la que se concede la indulgencia con ocasión del jubileo extraordinario de la misericordia (que se iniciará el próximo 8 de diciembre con la apertura de la Puerta Santa en la Basílica Vaticana y concluirá el 20 de noviembre del 2016 con la fiesta de Cristo Rey del Universo). Más bien, me parece a mí, lo que ha habido es un profundo desconocimiento periodístico de la teología católica y de lo que significa un año jubilar (una tradición iniciada en 1300 y con 28 ediciones hasta el presente). Si me apuran, incluso ha habido un puntito de buena voluntad, de querer decir: «Qué papa más bueno es este argentino», algo que, sin embargo, flaco favor le hace al actual sucesor de Pedro y le genera más problemas que otra cosa.

Algo similar ocurrió hace unas semanas, cuando a bombo y platillo se informó que había levantado la excomunión a los divorciados vueltos a casar, algo absolutamente imposible porque ¡los divorciados vueltos a casar nunca han estado excomulgados!

Todos los pecados tienen perdón, un perdón que puede obtenerse de Dios a través del sacramento de la reconciliación (la popular confesión): porque es Dios quien perdona, no el papa ni los obispos ni los curas. Ahora bien, hay unos cuantos pecados que la Iglesia considera particularmente graves (el aborto es uno de ellos); por esta razón reserva la celebración del sacramento de la reconciliación en algunos casos al papa y en otros a los obispos. La reserva pretende subrayar esa gravedad y garantizar que quien pide la absolución está realmente arrepentido.

Esa potestad no suelen ejercerla personalmente ni el papa ni los obispos: habitualmente lo hacen a través del denominado canónigo penitenciario, pudiendo delegar en cualquier otro sacerdote que consideren oportuno. Es más, por privilegio inmemorial, del aborto pueden absolver los confesores pertenecientes a las órdenes mendicantes (dominicos y franciscanos, entre otros). Con su gesto, el papa Francisco lo único que ha pretendido es facilitar que quien ha cometido un aborto (no solo la mujer, sino todo aquel que participa en su realización) pueda arrepentirse e iniciar un camino de conversión y acercamiento a Dios.