Los nuevos oprimidos: «los de agosto»

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

02 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

En esta sociedad neocorporativa que nos ha tocado en suerte no hay causa, por disparatada que pueda resultar, que no genere antes o después su correspondiente movimiento de defensa. Ciertamente, de unos años a esta parte, hemos visto cómo los ciudadanos se agrupan por cualquier motivo que quepa imaginar: los amigos de los churros y los partidarios de la conservación del organillo, los seguidores del uso de los tirantes o el bastón y los que niegan la existencia de la ley de la gravedad, los contrarios al consumo de espumosos y los incondicionales de la observación de las estrellas.

Es así como a las fracturas sociales más tradicionales -la división por clase, religión o lugar de nacimiento- se han unido otras muchas que nadie podía imaginar y que, de hecho, suelen ser conocidas con frecuencia solo por quienes consideran que ser consumidores de gin tonic o dueños de una Harley es motivo más que suficiente para agruparse en amor y compañía con quienes comparten ese mismo gusto o posesión. Mucho más importantes, pues, que ser de clase baja, media o alta; católico o budista; de Lugo o de Catalañazor resultaría esa nueva unión corporativa que, sobreponiéndose a todas las demás, nos hace sentirnos participes de una causa que hemos abrazado no solo de forma voluntaria sino también apasionada.

Pues bien, es en este contexto en el que, desde esta tribuna periodística, yo me atrevo a hacer un llamamiento a los gallegos que disfrutamos (¡es un decir!) de nuestras vacaciones en agosto para que constituyamos una asociación de afectados por el mal tiempo que, con una frecuencia que comienza a ser altamente sospechosa, nos amarga el veraneo. ¿O es que no merecemos un respeto «los de agosto»?

Sí, sí, ya sé que el tiempo no depende de la Xunta, del Gobierno de Rajoy o de Angela Merkel (por más que los italianos suelan decir «Piove, porco Governo» (llueve, maldito Gobierno), pero una asociación de afectados por el mal tiempo en esos agostos puñeteros (el de este año, sin ir más lejos) donde las nubes y la lluvia son las diarias compañeras de cientos de miles de personas que están de vacaciones, podría permitirnos desde organizar rogativas (los que las estimen de alguna utilidad) hasta dirigirnos a las autoridades para que agosto sea declarado mes climatológicamente catastrófico, circunstancia esa que nos haría acreedores de una ayuda pública o indemnización que pudiese compensar el sufrimiento de estar de vacaciones metidos en un apartamento un poco mayor que una caja de cerillas.

Habrá a quien esta idea le pueda parecer descabellada, pero a poco que lo piense entenderá su racionalidad irrebatible: los veraneantes de agosto somos los nuevos oprimidos climatológicos gallegos. Qué menos, por eso, que una asociación que defienda nuestros legítimos intereses y reivindicaciones.