Piense en Grecia. Y después, piense en España

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

30 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando en diciembre del 2015 -probablemente el día 20- los españoles acudamos a las urnas habrán transcurrido cuatro años de estabilidad gubernativa que, entre otras cosas, han facilitado la mejora sustancial de una situación económica que, se diga lo que se diga, nadie podía, ni de lejos, siquiera imaginar el 20 de noviembre del 2011, fecha de las anteriores elecciones generales.

Es verdad que la estabilidad de los Gobiernos no garantiza el acierto en la gestión de la economía o la política, pero lo es también que sin ella tal acierto es imposible. El contraste entre la evolución griega y española durante los cuatro últimos años ilustra perfecta y trágicamente esa ecuación: entre mayo del 2012 y este 30 de agosto (casi un año menos de lo que ha durado la actual legislatura de las Cortes españolas) en Grecia se han celebrado tres elecciones (6 de mayo del 2012, 17 de junio del 2012 y 25 de enero del 2015) a las que muy pronto se añadirán las ya convocadas para el 20 de septiembre.

Resumiendo: el contraste entre la innegable recuperación de nuestra economía y el grave deterioro de la griega (corralito incluido) tiene muchísimo que ver con el hecho de que en España ha habido una gran estabilidad mientras que en Grecia la inestabilidad ha acabado por llevar al país al desastre de tener que celebrar en tres años y cinco meses cuatro elecciones generales.

Y es que, a la postre, el inmenso fiasco de Tsipras como primer ministro no ha sido solo el de quien deja la economía mucho peor de lo que estaba cuando llegó a la presidencia, sino también el de quien, tras haber prometido lo que no podía cumplir y organizado, para zafarse de ello, un referendo cuyo mandato acabó pasándose por el arco del triunfo, ha sido incapaz de mantener unida la coalición que lo eligió, ruptura que ha conducido inevitablemente a nuevas elecciones.

«El hecho es que un Gobierno parlamentario no puede gobernar sin apoyo, lo que significa que los partidos que lo sostienen [...] tienen capacidad para imponer una votación uniforme». Tal evidencia, que, por serlo, el gran politólogo Giovanni Sartori no se molesta siquiera en demostrar (Ingeniería constitucional comparada, FCE, pp. 206-207) es un principio esencial de la política que los electores españoles haríamos muy bien en tener presente cuando, en diciembre, vayamos a votar.

Por despreciarlo y haberse echado en manos de un delirio que era obvio que iba a terminar como ha acabado -en un desastre sin paliativos- están ahora los griegos como están: con la economía y la política en descomposición y la coalición (Syriza) que prometió arreglarlo todo en desbandada. No hay más que ver cómo les va a los amigos de Tsipras en España para concluir que ponernos en manos de Podemos sería la mejor forma de asegurar la repetición aquí de la trágica experiencia del sufriente pueblo griego.