El que siembra bombas recoge inmigrantes

OPINIÓN

29 ago 2015 . Actualizado a las 17:50 h.

Una de las frases peor interpretadas y más denostadas por los utópicos posmodernos es aquella en la que Goethe sentencia que «es preferible la injusticia al desorden». Y la razón de ese desprecio está en que, carentes de contexto interpretativo, no aciertan a entender que el desorden es un multiplicador de todas las injusticias, que es, además, muy difícil de erradicar. Por eso conviene volver sobre este duro apotegma, aunque solo sea para reflexionar sobre las causas del andazo migratorio que se está abatiendo sobre la UE.

El personalismo político contemporáneo, que convierte a cada ciudadano en un juez universal sobre lo verdadero, lo justo, lo posible y lo idóneo, no nos deja tratar con sentido político los problemas de nuestro entorno. Y por eso hemos abrazado una gestión radical y dogmática de la libertad y los derechos que nos llevó a derrocar a todos los tiranos -salvo los que son amigos y ricos- sin analizar las posibles consecuencias. Y así hemos entrado en el terrorífico juego de que detrás del derrocamiento de un tirano, bajo cuya injusticia los pueblos lograban sobrevivir y reivindicar su dignidad, hemos creado un desorden jurídico y un caos económico que hace imposible la continuidad de las naciones y la protección estatal o internacional de sus necesidades y derechos. Y por eso los Estados redimidos de Siria, Irak, Libia, Afganistán y el África subsahariana se han convertido en fuentes inagotables de un caos migratorio cuya última responsabilidad hay que situar, en primer grado, en los países de la OTAN.

Europa trató sus entornos con el sistema norteamericano del «palo y tente tieso». Y ahora, sembrado el caos y confirmada la primacía americana, solo la Unión Europea se enfrenta a las consecuencias de esta locura, mientras Obama nos da consejos -que suenan como sarcasmos- sobre cómo tratar a las minorías. Aunque la UE necesita población inmigrante, no la puede integrar si vienen a borbotones y en absoluto desconcierto, ni si las proyecciones del fenómeno nos aseguran que solo estamos empezando, y que pronto se incorporarán al movimiento Ucrania, Pakistán y, posiblemente, Egipto.

Sorprende también que, convertido el trato a los inmigrantes en arma de política interna, como sucedió hace cuatro meses en España, nadie alce la voz contra la Europa que está sembrando de concertinas sus fronteras internas, contra la represión policial y militar de las masas de inmigrantes en pleno corazón de la Unión Europea y contra la suicida pretensión de que el problema que más amenaza la identidad y el bienestar de Europa se trate a nivel estatal, en aplicación de los dos principios que rigen la UE: el «sálvese quien pueda», y el «a quien Dios se la dé San Pedro se la bendiga». Y no deja de ser curioso que solo en esto coincidan Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. Porque los dos terminan agosto callados como muertos.