Septiembre

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

29 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando miro de frente a estos últimos días agosteños, recuerdo la vieja película de Mulligan con Rock Hudson y mi adorada Gina Lollobrigida, Cuando llegue septiembre, y su banda sonora inunda mi cabeza hasta bien entrado el mes.

La nostalgia de un verano que comienza a concluir es el más triste balance del tiempo que se ha ido, del sol que declina, de los días de vino y rosas del agosto caducado, septiembre es una daga clavada en el centro de un corazón anual, de un corazón partido en dos mitades aunque solo falten cuatro meses para mudar de año.

Es bajar la persiana de los días para que el otoño inmediato golpee con su melodía de lluvias las mañanas. Es abrir el calendario, el almanaque de una pared imaginaria para que las semanas galopen frenéticas hacia un paisaje de fríos y de nieves. Es iniciar un nuevo curso con viejos propósitos irrealizables: dejar de fumar, mejorar el inglés, abandonar Facebook, no perder el tiempo con las redes sociales, adelgazar, pasear y leer más, y sobre todo no seguir comulgando con ruedas de molino y no creerme las tesis independentistas de los catalanes secesionistas ni las mejoras estructurales de los Gobiernos de turno.

Septiembre es no volver a coleccionar fascículos por entregas, ni tijeras victorianas o camafeos de reinas, es no enfadarse en demasía cuando comprobamos que el café de la mañana subió diez céntimos y el vino de antes de cenar vale en el bar de la esquina veinte céntimos mas.

Es la condena a seguir viendo el telediario y sumar el conteo de emigrantes rompiendo las fronteras de Europa para exigir su ración en las escudillas del hambre y pedir número para cuando se pueda acceder a un BMW de segunda mano.

Septiembre es la cara B del espejismo de agosto, la dura y cruda realidad a golpe de despertador matinal una hora después de amanecer o reiniciar el disco duro de los currículos que nadie contesta para solicitar un empleo digno.

Es un mes de víspera electoral previo a la convocatoria de elecciones generales en este viejo país que esta a punto de dinamitar el bipartidismo sin considerar un plan alternativo que nos blinde frente a experimentos del populismo voluntarista. Es una lenta caravana que nos reintegra al lugar de donde salimos, a nuestra ciudad estable, que siempre está muy lejos del pueblo de nuestros sueños en el que hemos veraneado hasta ayer. Es otra vuelta de tuerca al IPC, alterada por los uniformes de los niños y lo caros que están los libros -y aquí hago un inciso para decir que todos los libros de un curso escolar equivalen al precio de una entrada a un campo de fútbol de primera división y dos gin tonic a la salida si nuestro equipo suma los tres puntos-. Septiembre es una promesa vana, una declaración de falsas intenciones, una puesta de sol llena de palideces al caer la tarde. Es un adiós y un abrazo, un cúidate y un hasta siempre. Es, como cuando era adolescente, ver cómo se aleja el coche en donde viaja el verano y al perderse en el paisaje, al doblar la última curva que puedes ver, y se asoma una lágrima rebelde que rueda por tu mejilla porque ya es septiembre.

Agosto concluye con mi onomástica, con mi san Ramón que me acompaña desde que nací, poniendo un broche de oro al mes que termina. Septiembre es un fracaso anunciado, una agonía prolongada para recibir el oro viejo del otoño que regresa con su carro de lluvias saludando fachendoso la nueva estación que avanza despacito hacia la Navidad, que empieza a intuirse en lontananza. Pese a todo, feliz septiembre de membrillos y vendimias.