Refugio

Carlos Agulló Leal
Carlos Agulló EL CHAFLÁN

OPINIÓN

28 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La estabilidad mundial se está rompiendo en pedazos, dejando una estela de refugiados nunca vista. La dramática advertencia la hace Antonio Guterres, alto comisionado de la Agencia de Naciones Unidas para el Refugiado. Se puede intentar describir las proporciones del fenómeno con cifras: sesenta millones de personas desplazadas por guerras, persecuciones políticas o miseria en todo el mundo. Pero quizás sean mucho más elocuentes los testimonios individuales de personas rechazadas a palos y con gases lacrimógenos en las puertas del mundo rico; el impacto de la aparición de cincuenta cadáveres abandonados en el interior de un camión de reparto de alimentos.

Este movimiento forzoso de poblaciones, el mayor desde la Segunda Guerra Mundial en opinión de Naciones Unidas, al menos dentro de las fronteras europeas, tiene perfiles nuevos. Los refugiados ya no son solo los desheredados de las profundidades de la miseria africana. Estos siguen llegando, pero con ellos se juegan la vida para plantarse ante nosotros personas de pieles más parecidas a la nuestra, incluso con modos de vida y niveles de confort (hasta que la guerra se los arrebató) más parejos a los que aquí disfrutamos. El cruento conflicto en Siria o el desmoronamiento de Libia hermana en el sufrimiento a estos refugiados con eritreos o senegaleses.

Macedonia, Hungría o Grecia se suman, aunque solo sea como estaciones de tránsito, a la Europa que levanta fronteras olvidando a sus propios refugiados de no hace tanto tiempo. Y mientras, al otro lado del Atlántico, el precandidato Donald Trump hace bromas de mal gusto y desprecia a quienes, como sus antepasados, llegaron a América buscando mejor vida.