Francia y Reino Unido descubren la concertina

OPINIÓN

03 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

S i tuviésemos que resumir en una línea la esencia de la democracia podríamos hacerlo así: respeto a la ley y a las instituciones, e igualdad de todos ante la ley. Yo creo mucho en ambas cosas, y por eso estaba seguro de que la imagen de los gendarmes franceses sembrando de concertinas los aledaños de las estaciones y autopistas de Calais iba a provocar en las oenegés y en los comisariados europeos una indignación similar a la que produjo la valla de Melilla.

La indignación, en realidad, debería ser mucho mayor, porque, además de que la actuación de los gendarmes que protegen la boca continental del túnel y de los policías y soldados que bloquean la entrada en Inglaterra es más contundente que la de la Guardia Civil, y que la vergüenza de los asentamientos provisionales no es cosa de Marruecos, sino de dos de las naciones más ricas y libres del mundo, no debemos olvidar que la frontera entre Francia y el Reino Unido debería ser interior, y que ninguno de los dos países implicados recibe presiones de terceros -los 26 restantes- para que impermeabilicen la frontera en la misma medida en que a nosotros, por ser frontera exterior, se nos exige.

Pero, ¡oh sorpresa! El silencio de las instituciones europeas y de la caterva de salvadores no gubernamentales que pusieron a parir a España es ahora aterrador. Y todo indica que la que hemos montado por aquí tenía las trazas de un problema de política interna, en la que, mucho más que defender los principios y los derechos que ahora no se defienden, solo se echaba mano del «todo vale» para desgastar al Gobierno, para autoflagelarnos como país, y para aumentar los efectos políticos de la crisis.

Lo más curioso es que, entre las muchas excelencias que cuentan los extranjeros de nuestro país, nunca falta la admiración que le rinden a la Policía Nacional y a la Guardia Civil, cuya eficacia y respeto a la ciudadanía y cuya abnegación en las tareas de protección y salvamento son equiparables a las mejores policías del mundo. Pero a nosotros, quizá por ser cristianos, nos dio por ver la paja en nuestro ojo y no ver las vigas en los ojos ajenos -¡no se preocupe, que ya sé que lo estoy diciendo al revés!-, y por eso no paramos con nuestras críticas y protestas hasta alcanzar nuestros dos objetivos más queridos: que todos los españoles creamos que lo que pasa aquí no pasa en ninguna parte, y que los periódicos sensacionalistas -entre los que casi podemos contar al New York Times-, tengan argumentos made in Spain para concluir lo que más les gusta: que Franco sigue entre bambalinas y que toda la mierda de Europa se acumula entre el cabo de Peñas y la punta de Tarifa.

Por eso los Gobiernos de Francia y Reino Unido pueden estar tranquilos. Porque sus ciudadanos los protegen. Y porque los españoles solo sabemos protestar contra nosotros mismos.