Nosotros y la estética del pesimismo

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

03 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El pesimismo, como nos enseña Schopenhauer, tiene su estética y sus maneras de pavo real. Aquí lo sabemos. Hubo un tiempo en que el pesimismo era la línea feliz de la que nadie quería bajarse. Recuerdo aquellos titulares que venían de Madrid y anunciaban que España estaba a unas horas del rescate, o de la hecatombe, o del corralito que últimamente solo aconteció en Grecia. Recuerdo que se enarbolaba la bandera de la modernidad económica proclamando a los cuatro vientos que toda austeridad era, incluso, un homicidio. No faltó quien llamase criminales a aquellos que pensaban que esa política de ajuste era necesaria en un país que, de forma alegre y casquivana, en los últimos años había gastado de forma habitual cien mil millones de euros más de los que ingresaba. ¿Podía hacerse de otra manera? ¿Podría castigarse menos a la clase media? Probablemente, pero fue Europa quien escribió las directrices y a España no le quedó más remedio que decir sí (porque decir no era despeñarse). El pesimismo era una virtud que había que asumir para estar con los tiempos, para que nadie te señalase como un reaccionario. Ahora ya no se lleva el pesimismo: ha caducado recientemente. En esta campaña electoral veraniega se ha puesto de moda, otra vez, la cosa del cambio. Es el mantra, la palabra fetiche. Ya no hay pesimistas en las tribunas. La nueva estética es el optimismo. Quién lo diría hace tres años.