Vaya tabarra

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa FARRAPOS DE GAITA

OPINIÓN

02 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

A mí de toda esta movida de las monjitas independentistas (las que van de hábito y las que llevan ropa de calle), lo que más me molesta no es ya que abandone el domicilio conyugal Barcelona -que es una de las ciudades que más quiero del mundo, tal vez porque a fuerza de patearla durante dos años ya no me pierdo en su cuadrícula- o que hayan profanado la camiseta del Barça con un dorsal inexistente, el 27S, que no sé si va a jugar por delante de Messi en el esquema de Lucho. Qué va. Lo más indigesto de este proceso, que cada vez recuerda más al de Joseph K, es la tabarra insoportable que nos propinan estos viejos nuevos políticos con sus palabrejas, prefabricadas en los laboratorios de estrategia y las asesorías de imagen para disfrazar de revolución lo que no es más que una triste involución (o incluso una implosión).

Porque no hay nada de innovador en levantar casetas de aduanas, concertinas y fielatos donde ya no los había; pero mucho peor es que, para camuflar su casposo y mesiánico nacionalismo de peli setentera, Romeva, las monjitas secesionistas y los fogosos Mas y Junqueras hayan enterrado su discurso bajo el peñazo infumable de una jerga de pedantería sin fin. Estamos de la construcción nacional, de las estructuras de Estado y, sobre todo, de la hoja de ruta, hasta el infinito y más allá. La hoja de ruta, que suena sospechosamente similar al insulto por antonomasia de nuestro idioma (tan rico en improperios y vejaciones), es lo que desenfunda siempre el que no tiene hoja, ni ruta, ni sentido del humor. Porque habría que ver a Gila llamando por teléfono para desbaratar tanta solemnidad:

-¿Está la hoja de ruta? Que se ponga.

Por culpa de esta matraca, si vas por ahí sin una hoja de ruta encima te pueden tomar por un reaccionario, y aplicarte de inmediato el empoderamiento, que tampoco sé qué es, pero se invoca mucho en las asambleas, que son esas tertulias donde hasta las ovejas caen fulminadas de aburrimiento, aniquiladas con tanta hoja de ruta, sobre todo si la hoja (no la oveja) sale transversal y transgenérica.

A uno se le puede perdonar casi todo, incluso que se quiera ir pero quedándose un poquito -qué gran tema tiene ahí Pimpinela, cielos-, para no perderse el euro, la UE, la OTAN y su paraguas de misiles intercontinentales. Pero lo que no tiene perdón de Dios es dar la murga al personal en los meses de verano, que están para leer, nadar y sestear.

Ya lo dijo mucho mejor el gran Rafael Azcona:

-Lo único que no se puede tolerar en esta vida es ser pesado.