La solución griega y nosotros

Xosé Carlos Arias
Xosé Carlos Arias VALOR Y PRECIO

OPINIÓN

16 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Todo indica que el acuerdo de la pasada cumbre europea sobre la deuda griega será recordado durante mucho tiempo, y no precisamente para bien. Olvidémonos ahora por un momento de los griegos, de sus pecados pasados y sus errores presentes, de los efectos que el acuerdo tendrá sobre su economía. Porque lo realmente trascendente de esa cumbre es que ha cambiado la propia naturaleza de moneda común y la eurozona. Y ese cambio, obviamente, nos afecta a todos.

Hace tiempo que reina un amplio consenso sobre la necesidad de cambiar las reglas de juego del euro. Que es descabellado tener una unión monetaria sin unión fiscal; una única moneda y muchos presupuestos; un único tipo de cambio y ningún sistema de mutualización de deudas. Y más aún: que sencillamente no es posible avanzar en la integración económica, sin un firme progreso de la unión política. Sin embargo, el camino que ahora se ha empezado a recorrer parece más bien el inverso: la palabra solidaridad -sin la cual no se entiende la historia de la UE- se ha evaporado, y la relación entre unos Gobiernos (y unos países) y otros ya no es la que existe entre socios, sino entre simples acreedores y deudores.

Lo ocurrido durante la primera mitad de este mes dejará muchas heridas. En primer lugar, sobre el que ya podemos considerar difunto eje franco-alemán, antiguo motor de todos los progresos de la integración. Esta vez el ucase alemán se ha impuesto sin apenas resistencia, y la impotencia gala para imponer una visión mediadora ha quedado a la vista de todos. Más graves aún pueden resultar las consecuencias de la actuación del BCE en todo este asunto, sobre la que Charles Wyplosz, director del Centro de Estudio Monetarios de Ginebra y uno de los más destacados economistas europeos, acaba de escribir: «¿Por qué congeló el BCE la asistencia de liquidez de emergencia a Grecia? [...] Si efectivamente estaba plenamente autorizado para detener la asistencia, eso significa que la arquitectura de la eurozona está profundamente socavada. Si no, el BCE ha realizado una decisión política de relevancia histórica. Sea como fuere, se trata de un paso desastroso».

Pero el cambio fundamental está en que desde hace unos días sabemos que la moneda común no es irreversible. Y esto lo cambia todo, porque cuando una nueva tormenta financiera azote -lo que seguramente no tardará en ocurrir- ya no funcionará el recurso a un arreglo de último momento, o de una frase mágica (el «haré todo lo que sea necesario» de Mario Draghi), porque sencillamente un compromiso común para afrontarlo ya no será tan creíble.

A propósito de lo cual conviene recordar un único dato: la deuda española en manos de inversores del exterior acaba de alcanzar un registro histórico (el 167 % del PIB), una de las mayores del mundo. Estando ahí nuestro principal punto débil, convengamos que la nueva y poco confortable orientación de la eurozona no puede dejarnos indiferentes.