De Séneca a las mareas, o del sí pero no

OPINIÓN

06 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

S i analizamos los resultados de las elecciones locales de Galicia a través de las siete ciudades, me temo que la conclusión puede ser esta: no sabíamos muy bien lo que queríamos, y tampoco sabemos ahora si lo hemos alcanzado. Por eso viene a cuento el nombre de Séneca, porque fue el primero en darse cuenta de que quien no sabe adónde va nunca tiene buenos vientos. Y digo esto porque, habiendo votado mayoritariamente por los intereses de nuestra ciudad (87,7 %) y por la estabilidad de los gobiernos (75 %), y relegando el deseo de cambio hasta el 63 %, solo un 43,9 % de los encuestados augura un gobierno estable, y solo un 44,1 % cree que los acuerdos firmados para investir a los alcaldes (en Ferrol, A Coruña, Santiago y Lugo) respetan el sentido genuino del voto emitido.

El valor de la estabilidad, en conexión con los intereses generales, lo aprecian los electores en tres niveles distintos: alto, cuando gobiernan mayorías absolutas de corte clásico (Pontevedra y Vigo); medio, cuando se hacen acuerdos de izquierda desde la mayoría o cuasi mayoría (A Coruña y Santiago) y bajo cuando gobiernan minorías ganadoras (Ourense) o pactos de minorías perdedoras (Ferrol y Lugo). Y eso equivale a decir que ni se logró el objetivo confesado (la defensa estable del interés municipal), ni la hipótesis preelectoral más extendida del cambio radical. Solo Pontevedra y Vigo dan satisfacción a la estabilidad, pero no al cambio; y solo Santiago sostiene la expectativa de un cambio real, pero poco estable.

Los gallegos también dejan ver improvisación en las motivaciones del voto, ya que el 28,2 % -cifra muy alta en términos comparativos- decidieron su voto en algún momento de la campaña, y porque los principales acicates del voto -un 86,2 % votó contra la corrupción, un 77 % contra el hartazgo de la clase política y un 72,7 % contra el descontento general- no tienen cumplida y definitiva respuesta en los resultados reales. Todo lo cual nos sitúa en la hipótesis de que los gallegos votaron movidos por una genérica desafección política que tiene mucha más relación con una imagen deslocalizada y obsesiva de la política española -crisis, corrupción, desafección y cambio de sistema- que con un análisis propio o participado de los programas en debate.

Por eso hemos quedado entre Pinto y Valdemoro. Sin la estabilidad que decíamos querer y sin el vendaval de cambio que soplaba desde los centros de poder y la comunicación del Estado. Y por eso vivimos en esta incógnita que solo el tiempo puede resolver: si las mareas alcanzaron la pleamar, y, ayudadas por Grecia y los grandes municipios y autonomías de aquí, ya empiezan a bajar; o si apenas hemos probado el mejunje de cambios con el que las elecciones generales nos pueden indigestar. De momento nada se sabe, pero ya empieza a oler a mediocridad.