No hay más que leer las noticias de los periódicos sobre asesinatos, decapitaciones, bombas, etcétera, para darnos cuenta de que algo pasa en el mundo cuando jóvenes, incluso instruidos, acuden a la llamada de organizaciones como Al Qaida o el Estado Islámico para integrarse en sus filas asesinas, donde sea y obedeciendo a fanáticos criminales empeñados en restaurar la vida medieval. No les importa que ya se hayan superado la esclavitud, la tortura o la injusticia sobre los seres humanos de toda condición, raza o creencia, hoy defendidos por los derechos humanos. Entonces, ¿de dónde han salido los fanáticos predicadores de la violencia?
Reflexionando sobre este fenómeno antropológico, pensamos que son grupos marginales que no quieren verse arrastrados por la modernidad y están dispuestos a morir matando a quienes les dejan fuera de juego. No aceptan las formas de vivir y convivir del siglo XXI. Pero bien saben aprovecharse de los medios tecnológicos, armas y sistemas de comunicación sofisticados que utilizan para su propaganda y captación. Usan el terror masivo para darse a conocer pregonando los premios del más allá. Pues bien, eso es lo que nos pasa, que no estábamos preparados para esta nueva forma de guerra, para unos asimétrica, para otros híbrida o compleja, pero que ya había sido adelantada por el sociólogo Samuel P. Huntington, a quien tuve el honor de conocer, cuando anunciaba al mundo «el choque de las civilizaciones».