España inmóvil

Pablo Arangüena LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

26 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Mi generación creció convencida de que nuestras vidas serían más prósperas y libres que las de nuestros mayores. El progreso, fuerza invisible pero arrolladora, auguraba un futuro mejor. Despedimos milenio escuchando que la nueva economía, basada en tecnología y redes, había dejado atrás las crisis -antiguallas históricas- consiguiendo la cuadratura del círculo: crecimiento sin inflación.

España lo interpretó a su modo, con fervor de nuevo rico y prisa por liquidar su atraso histórico, entre riadas de fondos europeos y capitales privados foráneos atraídos por la burbuja inmobiliaria. Élites autocomplacientes enladrillaron y asfaltaron nuestra geografía, inflando la economía financiera en detrimento de la productiva. El endeudamiento se multiplicó, transfiriendo riqueza desde el futuro hacia el presente.

El estallido de aquel entramado ha hecho descarrilar la noción de progreso mientras el paro masivo y la erosión de las rentas salariales eliminan la movilidad social ascendente basada en el esfuerzo, generando trabajadores pobres, jóvenes desencantados y clases medias depauperadas.

La respuesta política ha sido la inmovilidad. Mientras se evapora todo lo que parecía sólido, no se ha hecho más que esperar a que cambie el viento, comprar tiempo emitiendo deuda pública a mansalva y hablar de reformas sin llevar a cabo ninguna realmente significativa, excepto la laboral, que devalúa más el trabajo, y la financiera, que implica pagar a escote las pérdidas de los banqueros.

Muchos recortes pero ningún cambio relevante en una Administración pública probadamente ineficiente; cero reformas territoriales; similar afición a la proliferación de infraestructuras y asfalto; idénticos desincentivos para crear empresas; la misma endogamia y alergia al mérito en la universidad, en la política y en la Administración. ¿Cambio de modelo productivo? No hace falta, el turismo bate récords. ¿Lucha contra el fraude fiscal? Demasiado complicado. ¿Combatir la corrupción? Que se ocupen los jueces.

Frente al calibre de los problemas, todo se fía a que las aguas vuelvan solas a su cauce. Mientras el mundo, convulso, cambia -no parece que para mejor-y la historia viaja en AVE, aquí no pasamos de alguna jubilación anticipada, pulsos secesionistas, más recortes y eternas operaciones anticorrupción que acaban en casi nada.

La incipiente primavera política es condición necesaria pero no suficiente para evitar que el coste de la inacción hipoteque a nuestros nietos.