Ahora, los derechos dinásticos

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

13 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Hecho relevante: la infanta de España doña Cristina de Borbón ya no es duquesa de Palma. Hecho intrigante: por qué una decisión de ese relieve no se comunicó a la sociedad hasta cerca de las 11 de la noche del día 11 de junio. Suceso oscuro del episodio: la infanta desducada trata de demostrar que ha sido ella quien tuvo la iniciativa de renunciar al título. Y segundo hecho intrigante: por qué una carta que lleva fecha del 1 de junio tarda diez días en llegar a la Zarzuela, como si la remitente viviese en una aldea de Lugo de hace cincuenta años y el destinatario viviese en Buenos Aires.

Mi explicación es: el rey, como su padre, pidió a la infanta un gesto, que podría ser la renuncia al ducado o a sus derechos dinásticos. Se lo pidió quizá con más dramatismo, porque necesitaba que su reinado estuviese lo menos marcado posible por el escándalo Urdangarin, acontecido en el reinado anterior. La infanta respondió siempre a su padre «tomo nota», y Felipe VI le reclamó una decisión con un aviso: o renunciaba ella, o actuaba él. Ante el ultimátum, la infanta escribió una carta que nunca envió. Está escrita con tiempo, porque están muy bien medidos los términos: eso no se improvisa en una tarde de prisas y nervios. Pero no la envió, la dejó en remojo.

Paralelamente, el rey necesitaba que la infanta y su marido dejasen de ser duques antes de que el nuevo alcalde de Palma lo pidiese formalmente como uno de sus primeros actos de gobierno. Esperó un tiempo prudencial, al menos desde el día 1. Pasados los diez días, le comunicó la revocación. Ante el hecho consumado, la infanta remitió la carta, pero era tarde: el rey, que había adoptado una decisión familiarmente dura, ya no podía permitir que todo fuese una generosidad de la duquesa. Por eso lo que iba a ser público el viernes se hizo cerca de la once de la noche del jueves, hora insólita para las costumbres oficiales.

Sorprende esta carrera por la paternidad de la iniciativa. Quizá sería comprensible en una familia normal y sería lógica en una competición ente amigos, pero es extraña en un núcleo donde se juegan valores tan altos como los del Estado y la Corona. Es natural que muchos ciudadanos se pregunten si alguien miente en la Zarzuela. Y sería llamativo que un rey como Felipe VI, que ha cometido muy pocos errores en su vida y ninguno en los últimos doce meses, fuese a cometerlo en una decisión tan calculada como crucial. No. El error estuvo en la infanta, a quien faltó afecto para ceder ante su padre y le sobró orgullo ante su hermano. Y lo triste para ella es que, después de este episodio y vista su reacción, surgirá un clamor para exigirle que renuncie a sus derechos dinásticos. Yo creo que ha surgido ya.