Dónde va a descarrilar Albert Rivera

OPINIÓN

04 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Para ese momento crucial en que los hijos obtienen el permiso de conducir y se lanzan a la procelosa carretera, había formulado mi madre una tautología que formaba parte de la requilindoria que había que soportar antes de encender el motor e ir a ver a la novia. «No corras -decía-, respeta las señales, no te preocupes si todos te adelantan, no te distraigas, y no le pongas hora a la llegada». Y en ese momento, tras hacer una pausa mayestática para reforzar su autoridad, y enseñando la llave del R-8 cogida entre las yemas del índice y el pulgar, añadía: «Y no olvides que al final de todas las rectas siempre hay una curva».

En 1969 era yo un politólogo en ciernes. Y enseguida me di cuenta de que en aquella genial tautología se escondía un apotegma político comparable a los de Maquiavelo y Tocqueville. Un principio que todos deberían llevar impreso en sus agendas, o como fondo de pantalla de su móvil y su tableta, para recordar algo tan sencillo y útil como que «al final de todas las rectas siempre hay una curva». Porque, aunque parece algo obvio, la gente lo olvida, y por eso acelera sin tino en las rectas antes de escarallarse en la primera curva traidora.

Así va Albert Rivera en la recta de tribuna. Porque ha olvidado que la política no administra la beatitud y la generosidad, sino el egoísmo -«homo homini lupus»- y los conflictos, y que, si diseñas tu itinerario sobre el supuesto de que todos los que compiten son honrados y no hacen jugarretas, todos los árbitros son decentes e imparciales, y toda la gente que se une al éxito es buena y resalada como tú, te pegas la bofetada, sin remedio, en esa curva traidora que pone fin a la recta.

A Rivera no le va a salir bien su política de pactos. Porque tiene como paradigma los acuerdos leales y espirituales, y la realidad le está obligando a encontrarse con cambalaches y cesiones que él querrá definir a su manera, pero que nosotros evaluaremos a la nuestra. También quiere separar los pactos de sus consecuencias, diciendo que se compromete con las investiduras, pero no con los gobiernos. Pero nosotros nos encargaremos de reprocharle todos los despropósitos que cometan los gobiernos inexpertos y minoritarios que va a sembrar por el país.

Pero no son esas las curvas que le harán descarrilar. Porque su verdadero error es creer que la política es un puro e inmaculado servicio que se puede hacer con angelitos impolutos. Olvida que existe el mal, las miserias, los egoísmos, las falsedades, la necesidad de mantener el partido en la punta de la ola y los traidores visires que quieren «ser califa en lugar del califa». Y cuando esa política emerja, como la vida misma, se dará cuenta de que ya no puede frenar, y de que su propia inercia lo llevará a la cuneta. Porque nadie le advirtió que «al final de todas las rectas siempre hay una curva».