Catálogo provisional de la golfería

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

30 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Mi mujer ha visto tantos en la tele, que ya los tiene calados y catalogados. Las categorías principales que ha descubierto son las siguientes. Primero y más habitual, el que entra y sale de los juzgados sonriente como si le hubiera tocado la lotería y poniendo cara simpática a los periodistas, pero sin hacer declaraciones. Suele ser un político corrupto al que han pillado con las manos en la caja. Es de la escuela de Muñoz y la Pantoja, que aprendió aquello de «los dientes, Isabel, los dientes, que es lo que jode».

Está más pringao que el Dioni cuando se fugó con la pasta, pero aprendió a disimular como un ministro.

Después está el locuaz que quiere aparentar seguridad en sus cuentas. Suele ser otro político, que busca los micrófonos, se detiene como señal inequívoca de que tiene algo que declarar, espera a asegurarse que están todas las emisoras de televisión y saca por esa boca su acreditada honradez e inocencia, la falta de pruebas para enchironarle y si tiene un buen día, afirma que es víctima de algún error. Si tiene mal día, es víctima de alguna sucia jugada. Termina su comparecencia con un gesto amable, saca del pañuelo una sonrisa, le pregunta a su jefe de prensa «cómo he estado, Manolo», y se retira. Para mi mujer, culpable seguro: dentro de ocho o diez años, cuando acabe la instrucción y el juicio, estará entre rejas.

Tercer biotipo, el que mira hacia abajo cuando dice que un regalo que fue un soborno ha sido comprado y que tiene todas las facturas, y las tiene, pero su credibilidad dura el tiempo que la Guardia Civil tarda en descubrir que las facturas son falsas. Antes de eso afirmó que no permitirá ni la menor sombra de sospecha sobre su honor y juró por su familia que quien ponga en duda su honorabilidad tendrá que responder ante los tribunales. Mi mujer suele preguntar al televisor por qué ese señor (o señora) no se ha querellado ya, porque el honor ya se lo pusieron por debajo de la duda. Los testimonios de archivo del delegado del Gobierno en Valencia coinciden exactamente con esa descripción.

Donde solo hay un modelo es en los jefes de los cazados. Si el detenido es cargo público, se le destituye, como demostrando esa gran autoridad que no se demostró cuando se empezaron a publicar informaciones de los cohechos. Si alguien exige responsabilidad a esos superiores, se argumenta que los jefes no pueden saber lo que hace cada uno de sus empleados o delegados.

Y esto debe ser una norma supranacional, porque lo mismo dicen los ministros que el presidente de la FIFA. Le tengo que preguntar a mi mujer cómo le llamamos a esto. Creo que va a responder: «golfería sin fronteras. En asunción de responsabilidades, el idioma es el único universal».