Los resultados del domingo permiten a los partidos viejos hacer las lecturas habituales -esas en las que todos ganan- de los resultados del domingo. Pero también pueden suponer una oportunidad para rectificar, si están dispuestos a admitir de una vez sus errores.
El PP pudo agarrarse al hecho indiscutible de que ha vuelto a ser la fuerza más votada, aunque se haya dejado en el camino dos millones de votos. De puertas adentro, tiene la oportunidad de valorar el hecho de que los ciudadanos han castigado a los gobiernos lejanos, prepotentes, encubridores de malas prácticas e incapaces de admitir que la corrupción no se limita a hechos aislados cuyos responsables ya han sido apartados, ni las cajas B son exclusiva responsabilidad de algún señor que operaba en la sombra y por su cuenta.
El PSOE puede también aferrarse al hecho incontestable de que ha recortado distancias al PP. Pero es imposible obviar que una cosa es alcanzar a otro porque corres más y otra muy distinta que ocurra cuando ambos van marcha atrás y se deba a que el rival retrocede a mayor velocidad.
Nadie duda de que el domingo empezó el cambio y que gobernar va a ser desde ahora más difícil. Pero no es menos cierto que no fue tan radical como para dar a los partidos tradicionales por definitivamente derrotados, si son capaces de soltar de una vez el lastre acumulado.
Al mismo tiempo, dará a los nuevos la oportunidad de que se vayan fogueando en la gestión nuevos líderes que llegarán directamente de la calle a los despachos en que se toman grandes y graves decisiones. Y de demostrar su capacidad de gobernar «con sentidiño e para a maioría das persoas», como afirmó el próximo alcalde de A Coruña.