Conocíamos el dato de las europeas. El bipartidismo se había quedado por debajo del 50 por ciento de los votos. A casi 35 puntos del récord que las dos grandes marcas habían alcanzado en aquellas enrarecidas elecciones del 2004. Aquel 14M en el que Zapatero superó los once millones de votos y Mariano sumó 9,7 millones. Veinte millones de españoles, tres días después del horrible atentado, votaron o PSOE o PP. La cifra, desde entonces, solo bajó. Da igual que fuesen generales que locales. Hasta ese suelo ya citado del sorpasso de Podemos en las europeas. «Sí, se puede». El domingo, el gigante del bipartidismo se quedó en un 52 por ciento. Está claro que hay un voto biodiverso estimulado por la ilusión y las ganas de cambio. ¿Qué ha pasado en España para que dos partidos tan potentes pierdan en once años nada menos que casi diez millones de papeletas? Pues ha pasado de todo. Y encima han sufrido siempre los mismos. La cadena siempre rompe por el eslabón débil. Hubo una ciclogénesis explosiva de recortes y corrupción. Y también un cambio generacional. La tormenta perfecta para que este país encare el reto de que la política haga honor a lo que significa: escuchar, debatir, no imponer. El desgaste del bipartidismo es tan monumental como la plaza de las Ventas. En las municipales del 2001 sumaron casi quince millones de simpatizantes, ahora esos apenas once. Ciudadanos emergió con 1,4 millones. Y es imposible cuantificar bien el impacto de Podemos, porque no se presentó en toda España. Pero las mareas altas en Galicia son una buena manera de darse cuenta de que estamos en un nuevo ciclo, en el que, por supuesto, el mundo no dejará de girar. Las generales de final de año prometen emociones fuertes.