Guía para entender a nuestros políticos

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

21 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Hubo un tiempo en que yo era un lector compulsivo de programas y atento escuchador de discursos electorales. Creía, ingenuamente, que las palabras del candidato servían de llave para acceder a sus ideas, conocer sus intenciones y anticipar sus políticas. Craso error. Tuve que caer del caballo, como Paulo de Tarso, para abrazar la fe del escéptico y ponerme a elaborar un manual de instrucciones que me permitiese manejarme en el laberinto. Esa guía, cuya patente reclamo, consta de dos principios. El primero, prestar más atención a lo que el candidato calla que a lo que dice. «Me gustas cuando callas porque estás como ausente», escribió Neruda. El segundo, de aquello que dice, subrayar e interpretar adecuadamente los lapsus, los eufemismos, las indiscreciones y la letra pequeña. Y despreciar el resto.

El lapsus es la forma de expresión del subconsciente. Se le presupone, como a los borrachos, sinceridad. Alguna vez puede tratarse de un traspiés erudito, como cuando Pedro Sánchez colocó en Soria la cuna de Antonio Machado: el poeta nació en Sevilla, ciertamente, pero la vinculación del autor de Campos de Castilla con la Soria de Leonor ennoblece el gazapo. Otras veces, el desliz desnuda al orador y destapa sus vergüenzas. El de María Dolores de Cospedal resulta antológico: «Hemos trabajado mucho para saquear España adelante». En otras ocasiones, la metedura de pata refleja la disociación, exacerbada por el ímpetu mitinero, entre el deseo y la realidad. Es el caso de Mariano Rajoy, quien por la mañana se pregunta retóricamente en Pamplona: «¿Quién habla hoy de la recesión, del rescate y del paro?»; y por la tarde, ya en Zaragoza, se autoenmienda y excluye el paro de la lista de asuntos de los que ya nadie habla.

Con los eufemismos podría escribirse un diccionario prolijo. El reto consiste en saber descifrarlos y la gente, a base de palos, va aprendiendo. Ya sabe que el ajuste fiscal se traduce por recortes, que el ajuste de plantilla nunca significa creación de empleo sino despidos, que la moderación salarial equivale a bajada de sueldos y que el auxilio a los bancos se llama rescate en Grecia y reforma financiera en España.

Las indiscreciones constituyen otra fuente de conocimiento. Algunas humanizan al personaje, como ese concejal de Texas que salió a mear con el micrófono puesto. Otras acotan el cacareado patriotismo de himno y bandera, como el de aquel jefe de la oposición y hoy presidente cuyo «plan apasionante» consistía en asistir al «coñazo del desfile». O ultrajan la marca España, como hizo Angela Merkel al referirse a nuestro país ejemplar con el apelativo de «mi zorra». Pero a mí, pasando de la anécdota chusca a la categoría, me parece aún más significativa la última indiscreción de Cristóbal Montoro, al confesar a sus íntimos que no seguirá de ministro. Lo mismo anunció, este públicamente, Luis de Guindos. Una doble deserción para echarse a temblar. ¿Acaso no se ven capaces nuestro ministros económicos de asumir su propia herencia? Con lo bien que van las cosas...