Por qué se hizo odiosa la mayoría absoluta

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

19 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El presidente Rajoy ha dicho algo muy coherente con su función de gobernante: las mayorías absolutas son buenas para este país. Lo dijo con algo de nostalgia porque las encuestas llevan meses pregonando que tales mayorías se han terminado por una temporada; al menos, para la próxima temporada. Lo dijo también con aires de reivindicación, porque no será igual dirigir la nación buscando apoyos para su próxima investidura o para cada proyecto de ley que hacerlo como hasta ahora, entre el aplauso de sus escaños y la impotencia de la oposición. Vaya por delante, por tanto, la solidaridad del cronista, acompañada de un pequeño ruego: si las elecciones del domingo y no digamos las generales de noviembre dan el resultado que se anuncia, más vale ejercitarse en los inconvenientes del pacto, porque las virtudes de la mayoría pueden tomarse vacaciones.

Lo mismo que Rajoy, piensa, con toda seguridad, doña Susana Díaz, que ya ven ustedes cómo anda, tan cerca de repetir elecciones como de encontrar apoyos tan volubles como la abstención de algunos de sus oponentes. Y estoy por asegurar que muchos ciudadanos sentiremos también nostalgia dentro de unos meses, quizá de unas semanas, de aquellos tiempos en que gobernar resultaba tan fácil: bastaba el simple imperio de la disciplina de partido. Pero creo que la cuestión no es el lamento, sino la pregunta de por qué este país se carga las mayorías absolutas, si al final se confirma esa tendencia anunciada.

Lo siento por el señor Rajoy y su diagnóstico: la ciudadanía se las carga por dos razones. La más elemental, porque ha descubierto que hay otras opciones, siente necesidad de cambio y le apetece probar. La más compleja, porque el uso que se hizo de las mayorías absolutas ha sido cómodo para los gobiernos, pero penoso para los administrados. Sobre la de Felipe González se tuvo que construir la teoría del rodillo. Sobre la del socialismo andaluz o la del Partido Popular en la Comunidad Valenciana se construyó todo un régimen que provocó una catarata de corrupciones y un mercado de clientelismo. Sobre la de Aznar, un poso de impopularidad que hizo sentir nostalgia de su primera legislatura, cuando necesitaba el pacto con los nacionalistas. Y la de Rajoy aportó una fuerte dosis de duras medidas no consensuadas, cuyos efectos sobre las clases medias no se compensan todavía con el éxito económico.

Por eso hay cierta fruición mediática y social en tumbar las mayorías absolutas. No es que este país se haya vuelto políticamente suicida. Es que quiere que se le gobierne de otra forma. Es que quiere abrir puertas a otro modo de gestionar la cosa pública. Es que está decepcionado del uso que se hizo de ese portentoso aparato de poder.