Un arcoíris desconcertante

Francisco Ríos Álvarez
Francisco Ríos LA MIRADA EN LA LENGUA

OPINIÓN

25 abr 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Un padre desconcertado pregunta cómo se escribe el nombre del fenómeno óptico que consiste en un arco de siete colores que aparece en el cielo cuando la luz solar se descompone al atravesar las gotas de agua. El arco iris de toda la vida aparece como arcoíris en los deberes que está haciendo el niño. Este le dice a papá que se escribe así, y su guía en la vida, que ve en peligro su prestigio y su autoridad, intenta saber, angustiado, qué ha pasado, por qué le están fallando sus conocimientos.

El de arco iris/arcoíris es solo uno más de los muchos casos de fusiones de palabras que con un sentido determinado suelen funcionar agrupadas. En ese proceso, esas unidades léxicas empiezan por perder la acentuación prosódica independiente, y entonces la única sílaba tónica es la que ya lo era en el segundo elemento. Así, la pronunciación [árko íris] evoluciona a [arkoíris].

Los escolares, y los hablantes en general, no suelen ser quienes hacen evolucionar una grafía original. Por delante van los escritores de prestigio, los medios de comunicación impresos y la sanción de la Academia. El sustantivo arcoíris fue usado desde los años treinta del siglo pasado por autores como Cabrera Infante, Lezama Lima, Cortázar, Vargas Llosa, Neruda, Alberti, Rosales o Gerardo Diego. Todos ellos se olvidaron de la tilde, que no existía en la expresión pluriverbal (arco iris), pero que necesita la palabra resultante de la fusión. Sí la pusieron José Luis Martín Vigil y César Vallejo.

La Academia no entró en el asunto hasta la ortografía del 2010, en la que explicita su preferencia por arcoíris. Aunque poco después se contradice, como tantas veces, y en el diccionario del 2014 da preferencia a arco iris. Ocurre lo mismo con cielorraso ('techo interior plano y liso'), del que la Ortografía dice que «mejor que cielo raso», para ser enmendada cuatro años después por el Diccionario, más conservador, que registra por primera vez cielorraso, aunque le gusta más, y así lo manifiesta, cielo raso.

Algunas de estas variantes surgieron tempranamente en el español y convivieron durante siglos, favorecidas por la falta de una norma que pusiese orden. Esta surgió con la creación de la Academia, que logró frenar y reducir la dispersión. Así fue como entre aguardiente y agua ardiente, ambas de uso corriente antaño, prefirió aguardiente, que ya se consumía de esta forma en el siglo XV, como atestigua el Cancionero de Juan Fernández de Íxar: «Pues si miras las estorias / de los varones romanos, / de los griegos y troyanos, / de los godos y españos, / dignos de grandes memorias, / no fallaras al presente / sinon fama transitoria / como llama d'aguardiente».