Sí, Maduro ¡ya sabemos por qué no te callas!

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

24 abr 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Al igual que su predecesor en el cargo, y como otro Tirano Banderas de América Latina, Nicolás Maduro resultaría un personaje entre cómico y patético si no fuera porque millones de personas padecen el desastre económico provocado por su trágica impericia como gobernante y su populismo de charanga y pandereta; y porque un número creciente de venezolanos -algunos tan destacados como el alcalde de Caracas o el líder opositor Leopoldo López- son perseguidos por la sencillísima razón de haberse enfrentado a la deriva claramente autoritaria del régimen chavista.

Maduro es un político ignorante y demagogo, pero tiene experiencia suficiente para saber que nada, como un enemigo exterior, cohesiona más a una sociedad sometida a duros sacrificios. En eso todos los personajillos que en Latinoamérica han aspirado a mandar sin los molestos límites de la democracia han aprendido del gran maestro en la materia: Fidel Castro.

Tal es la razón por la que, siguiendo las enseñanzas, por ejemplo, de Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y uno de los personajes más siniestros de la primera fase de su larga dictadura, Maduro ha decidido convertir a nuestro país en el chivo expiatorio del fracaso clamoroso que ha arruinado a Venezuela. «Rusia es culpable», proclamó Serrano en 1941, ante una sociedad hambrienta, destrozada por la Guerra y la terrible represión que su estallido provocó. «España es culpable», proclama ahora Maduro, que disparata a discreción, y lo mismo acusa a Felipe González de organizar una guerrilla, que coloca a Rajoy al frente de conspiraciones terroristas para derrocar el paraíso chavista, que ha llevado, al parecer, la felicidad a Venezuela, aunque los supermercados estén vacíos y las cárceles comiencen a llenarse de presos de conciencia.

Yo ya sé que las relaciones internacionales en esta época de la globalización se traducen en una compleja trama de intereses que reducen el margen de maniobra de los gobiernos a la hora de reaccionar con dignidad frente al tipo de agresiones intolerables de las que Maduro se ha convertido en impresentable portavoz. Pero todo, también la realpolitik, tiene sus límites. El jefe de Estado venezolano, comportándose como un matón, ha sobrepasado muy de largo la paciencia que cabe exigir al más realista Estado del planeta.

Por eso el Gobierno, con el apoyo sin fisuras de las Cortes y los partidos (Podemos incluido, si es que tiene esa libertad, cosa que dudo) debe no sólo condenar sin paliativos las inadmisibles agresiones verbales del régimen chavista sino adoptar también todas las medidas diplomáticas a su alcance para evitar que Maduro persista en su actitud. Lo exige la dignidad de nuestro país, pero sobre todo la solidaridad con los que sufren en Venezuela la injusticia de un régimen sostenido en la miseria galopante y los recortes a la libertad de millones de personas.