Los partidos políticos y los discos de vinilo

OPINIÓN

16 abr 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Un día cualquiera de hace veinte años, estaba cualquiera de nosotros escuchando el Stabat Mater de Rossini, por ejemplo, cuando notó una raya maldita sobre la frase «dum pendebat Filius». Una erosión sobre ese surco es la peor hipótesis para una audición decente. Y a uno se le antoja que, pudiendo haber caído en cualquiera de los billones de surcos que se grabaron en el mundo, o en un ejemplar de otro melómano más descuidado, la dichosa raya se fue a posar sobre esos tres segundos sublimes -¡trac, trac, trac!- de los que ya estarás eterna y obsesivamente pendiente. Los discos de vinilo habían hecho un largo trayecto desde los gramófonos de cuerda y bocina que traían de Cuba nuestros abuelos -el mío, Evaristo Rivas, regresó con uno en 1930-, hasta los sofisticados platos de la alta fidelidad de los años 80. Pero no habían podido superar el deterioro que les era propio: las rayas, la electricidad estática y el polvo adherido. Y así se explica que, tan pronto como nos enteramos de que había cedés con grabaciones digitales, insensibles al polvo y a las rayas, nos pusimos a comprar magníficas grabaciones de pureza incomparable. En poco tiempo cambió el mundo de la música, y la gente empezó a desprenderse de sus vinilos -también lo hicieron las fonotecas y las emisoras de radio- hasta convertir en basura fantásticos tesoros compuestos por las músicas y los intérpretes más diversos.

Pero otro día cualquiera, cuando más felices estábamos, llegó un quídam vestido de experto y dijo: «El sonido digital nunca es capaz de reproducir ni la vida ni la brillante profundidad que tenían los vinilos». Y el mundo volvió a cambiar. Todos regresamos al Rastro, a las ferias de Barcelos, a los desvanes de nuestras casas, a buscar vinilos. Y empezamos a decir -porque somos gregarios por naturaleza- que como el vinilo no hay nada, y que el que no tiene un plato de alta tecnología, con agujas de zafiro y un estroboscopio de luz rosácea, es un pobre diablo que no sabe lo que es la música.

Es lo que va a pasar con los partidos clásicos y la casta, que enviados a la basura electoral a causa del polvo y las rayas que acumulan, para cambiarlos por artilugios digitales de fácil mantenimiento y buena audición, no tardarán en ser redescubiertos igual que los vinilos. Será el momento en que todos los indignados que hoy los detestan empiecen a decir que ningún actor reproduce como ellos los matizados y sibilinos argumentos de la política clásica. Y volveremos atrás, buscando Marianos, Zapateros y Llamazares. Claro que para entonces ya no será posible reponer lo perdido, y todos los partidos -como los viejos vinilos- entrarán en la leyenda, sin que nadie asuma la responsabilidad de haberlos destruido. Pero la vida es así. Porque sin estos errores garrafales, que a veces cometemos, no podríamos progresar.