El día que España se la envainó

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

11 abr 2015 . Actualizado a las 14:12 h.

Dos no regañan si uno no quiere, y está claro que España no quiere regañar con Marruecos. En el dramático accidente del Atlas que costó la vida a dos ciudadanos españoles pasó todo lo peor que podía pasar: colaboración marroquí lenta, tardía y sin medios, con los mismos efectos que si se hubiera negado; engaño (quizá involuntario) sobre las posibilidades de rescatar con eficacia a los dos espeleólogos; rechazo de la oferta de Felipe VI de cooperar en el salvamento; denegación de permisos para hacer llegar auxilio desde España; frialdad ante un suceso que tenía conmovida a la opinión pública? De tal actitud solo se podía esperar un desenlace mortal, aunque no tan escalofriante como el narrado por el superviviente Juan Bolívar en un testimonio estremecedor. Al escuchar sus palabras resultaba casi imposible contener la indignación.

Solo hubo un grupo de españoles capaces de contener la irritación ante ese testimonio: los miembros del Gobierno de Rajoy. Se veía venir desde el mismo lunes, en que el presidente habló en Radio Nacional y se mostró comprensivo, casi agradecido con la colaboración marroquí. Eso condicionó la postura de García Margallo y Fernández Díaz. El titular de Exteriores redujo todos los fallos a «disfunciones», que en la jerga diplomática sirven para justificar el retraso de una valija o para declarar una guerra nuclear. El ministro no podía adivinar, claro está, que tales fallos iban a provocar la angustiosa agonía de José Antonio Martínez, que gritaba su ahogo ante la impotencia física de su compañero Juan Bolívar.

Pero España, ya digo, no quiere regañar con Marruecos. España oye la palabra conflicto referida a Rabat y le entra un escalofrío. España abrió un abismo entre las opiniones que se oyeron en los medios informativos la noche del jueves y la opinión oficial que comunicó ayer la vicepresidenta Sáenz de Santamaría. Por la noche, la España mediática era un clamor de denuncia de la actitud marroquí y de exigencia de, al menos, una nota de protesta o una llamada a consulta del embajador. ¿Qué menos, después de saber cómo murió José Antonio Martínez? Doce horas después, la España oficial era un mar de justificaciones, de comprensión de los protocolos de una nación soberana y de reducción de la tragedia a un accidente de montaña.

España se la envainó. Literalmente. Yo lo comprendo, porque no nos podemos permitir el lujo de molestar a Marruecos por Ceuta y Melilla, por el control de la inmigración, los intereses pesqueros, por la cooperación entre policías contra el narcotráfico y el terrorismo yihadista? Trascendentes asuntos de Estado. Graves cuestiones de Estado, seguridad occidental, dique al fundamentalismo. Pero España se la envainó.