Nazarenos, penitentes, cofrades

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

28 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Nazarenos somos todos, aunque ejerzamos durante unos minutos, acaso horas, de los días venideros de la inmediata Semana Santa. Somos los que sufrimos la injusticia con sus múltiples nombres, la víctimas del paro y de la exclusión, los emigrantes, los que seguimos la senda marcada por Jesús, acaso el primero de los nazarenos que fue condenado a morir crucificado. Son los pobres y los menesterosos, los que sufren el dolor y el infortunio, los que no salen en las procesiones acompañando el desfile de imágenes porque para ellos la procesión va siempre por dentro. Los que no se golpean el pecho porque la culpa litúrgica no es suya. Son, indudablemente, el ejército católico de los bienaventurados.

Los penitentes somos los que tenemos algo que perdonar, por infringir cualquiera de los mandamientos de la ley que indicaba el camino. Somos los que confiamos en la infinita misericordia sin hacer ostentación alguna, sabedores de que la penitencia no es cuestión de fechas señaladas en los días en que la tradición y la fe popular -la fe de mis mayores como cantaba Serrat en la saeta- saca los santos a la calle en un hipócrita ejercicio penitencial. Y cofrades así, de manera genérica, somos el común de los ciudadanos que nos agrupamos en cofradías con advocaciones de Cristos y Vírgenes. En una síntesis de folclore y tradición que arranca de los viejos valores de la cultura occidental, en los presupuestos éticos, religiosos de franciscanos y dominicos que predicaron la pasión de Cristo teatralizándola con figuras articuladas, con bellas imágenes del mejor arte sacro, convocando al fervor y a la piedad.

Me he debatido entre la duda y la razón, y he optado por seguir la senda antigua de quienes se han conmovido escuchando, sin ir más lejos, a un fraile narrador, contando el encuentro de Jesús con su Madre, en la plaza mayor de Viveiro, mientras media docena de imágenes articuladas, representaban un ingenuo auto sacramental que movía los secretos mecanismos del corazón colectivo. Y supe que ya nunca podría desertar del viejo clan de los míos, que siglo tras siglo fue convocado por una fuerza oculta para asistir como público y cofrade a las caídas de Jesús cargado con su pesada cruz.

Y así cada primavera desnudo mis sentimientos y veo cómo ante mi mirada va pasando todo el Calvario, el Gólgota más cercano, los principios de pertenencia a la civilización occidental que nos dio la posibilidad de reivindicar a Descartes, sin renunciar a Jesús y que hizo convivir el catecismo de la santa madre Iglesia con la Enciclopedia de Diderot, a Charlie Hebdo con el florilegio franciscano, al libre pensamiento con la beatería popular. Haciéndonos grandes.

Nazarenos y penitentes hacemos estación penitencial junto a los cofrades que son el gran aggiornamento de la próxima semana de pasión. El soporte de un gran entramado capaz de hacernos recordar nuestros mejores sentimientos grabados en un ADN colectivo.