Último tranvía para la igualdad

María Xosé Porteiro
María Xosé Porteiro HABITACIÓN PROPIA

OPINIÓN

08 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El Día Internacional de la Mujer Trabajadora fue propuesto por Clara Zetkin durante la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, en 1911. Su origen lo diferencia de otras efemérides creadas a la carta según modas políticamente correctas. Mujeres de todo el mundo lo utilizamos para denunciar la injusticia de no disfrutar de un estatus de ciudadanía plena y para exigir que se validen las democracias otorgando a nuestro sexo derechos, oportunidades y medidas de acción positiva contra la falta de equidad y la violencia de género.

Hace veinte años que en la IV Cumbre Internacional de las Mujeres de Pekín se consensuó una agenda política que pasará a la historia por el reconocimiento de una forma de violencia específica contra las mujeres por el hecho de serlo. Sus propuestas se incorporaron a las legislaciones de muchos países y se ha logrado que esta lacra, invisible históricamente, dejara de ser un asunto privado para convertirse en un problema de toda la sociedad. Esto, unido a la recomendación de nuestro acceso a los mecanismos de poder (el empoderamiento), ha supuesto un cambio social de indudable relevancia, por más que su consecución tardará en llegar, ya que el origen está en los cimientos del patriarcado. Pero desde 1995 la situación ha empeorado. La catástrofe medioambiental ya llegó. Los integrismos religiosos, con acceso a los Gobiernos de muchos países, reaccionaron brutalmente. Hay una resistencia fortísima a cambiar roles y paradigmas que están incorporados a la conciencia colectiva como los únicos posibles y permitidos. No hay lugar para la paz con guerras locales e interminables y padecemos un brutal retroceso del desarrollo económico y los derechos humanos, consolidado por un nuevo orden económico y político mundial, causa y consecuencia de la crisis que asola al mundo desarrollado.

Hoy más que nunca, el 8 de marzo debiera dar más repercusión a la proclama que hacemos todos los días por una sociedad más justa. Pero no es suficiente. Mujeres y hombres preocupados por el futuro de la humanidad tenemos que sumar fuerzas y compromisos para que la igualdad sea asunto principal de la acción política y de la vida privada. El hecho de nacer mujer no puede justificar la consideración de ser el último y más débil eslabón de la cadena de castas de todo tipo. Sin culminar este cambio social habremos fracasado como civilización.