Iglesias, una cierta desazón

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

27 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Va como una moto. A nada que nos descuidemos, se planta en el Palacio de la Moncloa y le pide a doña Elvira Fernández, señora de Rajoy, que le enseñe los dormitorios para ir encargando las reformas. De momento, ya desalojó verbalmente a Pedro Sánchez de su teórico puesto de jefe de la oposición. Y no hay día que no suba un escalón en su vertiginosa y admirable carrera: en mayo era un descubrimiento; en junio, un desafío; a la vuelta de vacaciones, un asombro; en noviembre, una alternativa de izquierda; por Navidades, un posible gobernante; en enero, el secretario general de un seguro segundo partido español, y en febrero, un líder que consigue que algunos analistas escriban que este Parlamento no es el Parlamento real porque falta él.

Estoy hablando, como es fácil deducir, de Pablo Iglesias, Pablo Manuel Iglesias Turrión, según su carné de identidad. Primero la televisión y después las encuestas lo han situado en el podio de la popularidad. En muchas aparece como el político mejor valorado. Alguna le atribuye la mayor intención directa de voto e incluso la victoria en las elecciones generales, y otras lo dejan en segundo lugar. Ha conseguido desbancar a Bildu como segunda fuerza en el País Vasco. Se cuela en el cerrado mapa político catalán. Dicen que capta votos de forma transversal y se los quita a las demás fuerzas políticas. Creó hambre de escucharlo, como demostró en su entrevista con Pedro Piqueras, con un millón largo de espectadores más que Pedro Sánchez y Rajoy. Y algo tan importante como eso: su fuerza dialéctica ha conseguido que los demás se contagien de su discurso. Desde luego, todos lo observan con algo de miedo y ostensible prevención.

Ahora la duda es si se está empezando a pasar de velocidad. El radar lo ha detectado atravesando a toda máquina esa finísima línea que separa el éxito de la osadía y la ambición del descaro. Lo acaba de demostrar en un hecho quizá menor, pero significativo: retó al presidente del Gobierno a un debate en televisión, cosa que ni siquiera hizo Pedro Sánchez con su largo centenar de diputados.

Por supuesto, sería un gran espectáculo y quizá ganaría el señor Iglesias por telegenia y fascinación. Ahora bien: ¿por qué motivo el señor Rajoy le tendría que hacer ese regalo? ¿La democracia demoscópica va a sustituir a la democracia representativa? El señor Iglesias tiene todo el derecho a pedir, pero ningún derecho a que se le conceda. Y algo que empieza a ser inquietante: eso de proclamarse jefe de la oposición sin pasar por las urnas, esa ostentosa inmodestia, esos asomos de narcisismo, ese atisbo de monopolio de la razón no diré que den miedo, pero sí contienen indicios de prepotencia. Y provocan una cierta desazón.