Ya basta de atacar al AVE gallego

José Blanco López FIRMA INVITADA

OPINIÓN

04 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Siempre he dicho que un ministro es deudor de sus antecesores y se debe a sus sucesores. Porque, salvo contadas excepciones, la planificación, ejecución y puesta en servicio de las grandes obras de infraestructuras trascienden ministros y gobiernos. Necesitan por tanto no solo un gran esfuerzo colectivo, sino un gran compromiso político para hacerlas realidad, máxime en condiciones económicas adversas.

Galicia es el vivo ejemplo de ello. Nuestra posición geográfica y compleja orografía siempre han jugado a la contra a la hora de desarrollar las infraestructuras necesarias para salvar las barreras físicas que históricamente han dificultado nuestro desarrollo económico. Y, junto a ello, nunca ha sido fácil forjar los acuerdos políticos necesarios para lograr su ejecución.

Es cierto que cuando uno ejerce como ministro de Fomento, cada decisión de inversión se ve envuelta en la polémica. Porque en la dinámica en que nos hemos instalado en los últimos años, la miopía y/o el partidismo casi siempre acaban conduciendo a la explotación del agravio comparativo en beneficio propio sin pararse a pensar si la inversión que se está realizando es verdaderamente necesaria, rentable y justa, si ayuda a mejorar la vertebración territorial y la cohesión social. Pero cuando hay compromiso político, las dificultades se superan. El ejemplo es la inversión realizada en Galicia en materia de infraestructuras durante los ocho años de Gobierno socialista, cuando la comunidad recibió el mayor volumen de inversión de su historia, singularmente en materia ferroviaria.

No se trata de realizar una enumeración de las dificultades que hubimos de salvar para sacar adelante la conexión de alta velocidad ferroviaria entre Madrid y Galicia.

Pero, aunque parece olvidarse, a mi llegada al ministerio tomamos la decisión definitiva para modificar los trazados de entrada del AVE a Galicia entre Lubián y Ourense pactados por Fraga y Cascos y adaptarlos a verdadera alta velocidad (de 200 km/h a más de 300, de modo que nuestra tierra no perdiera el tren de la historia).

No menos difícil fue convencer al propio Gobierno de la viabilidad económica del proyecto. Aun así, en plena crisis económica, y con un Gobierno en minoría parlamentaria, logramos sacar adelante un plan que blindaba su financiación y un calendario de licitación que hacía irreversible su ejecución. Calendario que, salvo algunos retrasos, se ha seguido en la actual legislatura.

Y, junto al compromiso político, el presupuestario: 4.200 millones de euros de inversión ejecutada en ocho años, con las mayores cifras ya en años de profunda crisis.

No fue fácil, precisamente por la falta de apoyo político de otras fuerzas, tanto de un PP más preocupado de tumbar al Gobierno que a las dificultades que enfrentaba el AVE, como de ataques por parte de partidos como UPyD y, singularmente, de los nacionalistas catalanes, que siempre han tenido las inversiones en el AVE gallego en el punto de su corta mira. Por eso, cuando se recrudecen los ataques de CiU, a los que también se suma ahora Podemos, uno no puede permanecer impasible. Frente a ataques cortoplacistas, populistas e insolidarios que pretenden negar a Galicia y el Noroeste español lo que otros territorios ya disfrutan, Galicia no debe verse privada de un proyecto concebido para superar su deficiente conectividad ferroviaria y perdurar por décadas.

Por tanto, el AVE a Galicia no debe devaluarse, sino mantenerse la llegada en doble vía, descartando cualquier veleidad sobre la utilización de la actual vía para la integración en Ourense: la puerta de entrada del AVE a nuestra tierra no puede convertirse en un embudo por cumplir un determinado plazo. Esto no es un problema de plazos, aunque el Gobierno debería mantener las cifras de ejecución presupuestaria y no volver a repetir el desplome del año 2013. Cuando afrontamos una obra de esta magnitud, la cuestión no radica en terminar la obra un año arriba o abajo, sino hacerlo tal y como ha sido concebida en su integridad, sin atajos ni soluciones provisionales que acaben siendo definitivas. El AVE es una obra de dimensión histórica. Hagamos de él la historia de un éxito, no la de una oportunidad perdida.