El clúster del ailalelo

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

31 ene 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Un popular alcalde popular propuso crear un clúster de fiestas gastronómicas gallegas, y como ejemplo de la especial atracción que movilizaría a miles de ciudadanos, citó la fiesta del cocido de Lalín, la del marisco en O Grove, del albariño en Cambados y del pulpo en O Carballiño. Ahí es nada, póker de ases en un país que solo durante el mes de agosto suma más fiestas gastronómicas que las cartas de la baraja española y francesa juntas. No voy a ser yo detractor de los placeres de la mesa, ni a vilipendiar pulpos o chorizos, máxime cuando en la memoria colectiva de los gallegos ambos platos tienen un gustativo y saudoso lugar de honor, pero de ahí a la creación de un clúster hay como poco varios siglos de distancia en términos de economía.

No es de recibo convertir las ocurrencias, las anécdotas, en categoría. Galicia es una marca suficientemente registrada para vender como un todo, No vamos a reivindicar un clúster del paisaje, o del viento, aislado, ajeno al del solpor o de la alborada. El bien comer es únicamente una parte de ese todo, que lejos de las etapas gallegas del camino debemos contar con entusiasmo subrayando diferencias contemporáneas.

Si bien es cierto que el mapa del invierno sabe a cocido, no lo es menos que la geografía del cerdo, común o porco celta, poco distingue un chorizo de Lalín de otro de A Fonsagrada y sería casi imposible diferenciar un cocido de Sober de otro de Vilalba, pongo por caso.

El buen comer, el almuerzo compartido es siempre una fiesta. No importa la ubicación. El atlas genérico del mejor amigo del hombre -el percebe, of course- tiene múltiples hitos y referencias. Fernández Flórez aseguraba que se cultivan (los percebes) en los infinitos terrenos de la mar, casi casi los plantan las olas y las galernas, y es posible defenderlos como manjar único en las mareas de Fisterra, o del Roncudo, de Cedeira o de las islas atlánticas donde vara el mar del norte.

El ailalelo -no hay fiesta gastronómica sin la orquesta Panorama o la París de Noia como colofón- es un mal crónico de los gallegos, la banda sonora de la morriña, la canción que llena de ecos nuestra memoria.

Hacer un clúster del ailalelo es volver al cocido para quedarse, nuestra nerudiana residencia en la tierra, pórtico de los carnavales y aviso para navegantes de doña cuaresma cuando Galicia era un país de ayunos frecuentes.

En estos días de Fitur, contar Galicia es narrar cómo somos, recuperar historias de ida y vuelta y poner al final del camino un clúster de la imaginación y la fantasía mientras llueve en una mañana soleada. Había buena voluntad en la propuesta del alcalde. Sin duda.