La ausencia de deseo

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

30 ene 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay mil maneras de referirse a ella, pero es un solo dolor. Personal y muy intransferible. La depresión puede ser ese lobo que se apodera de tu mente. Puede ser un vampiro que te chupa la sangre. La depresión es la total ausencia de deseo. Dicen los ridículos que nos movemos por amor. Nos movemos más bien por deseos, por apetencias más o menos cuerdas, estructuradas o disparatadas. Al fin y al cabo somos animales. Ese instinto del deseo es lo que nos hace participar en la pelea, en el día a día, para bien y para regular. Y, cuando llega el cuervo negro de la depresión, lo que sale de ese cuarto, del que no queremos salir, es el deseo. Llega y se instala una opresiva ausencia total de deseo. La depresión nos toca de las formas más variadas. Caemos en el hoyo por exceso de presión. Como consecuencia del luto. O por un desastre químico que hace naufragar nuestras queridas neuronas. Es como estar de luto por uno mismo. Me quedé sin ganas de vivir, decimos a duras penas. La cama en la que quieres quedarte es la tumba, tu tumba. Es como asistir a tu entierro. Un sufrimiento insufrible. Solo se quiere dormir. No estar. No ser. Pero se sale de ella, como de todos los problemas, con esfuerzo. Apretando los dientes. Hay que poner como sea ese primer pie en el suelo, romper el encierro. Pero poco a poco y con ayuda de profesionales. Con el fuego lento del cariño, que es como se cocinan los sentimientos que valen la pena para acabar con la pena. Poner ese pie en el estribo de la vida. Y volver a desear algo. Desear esas pequeñas cosas a nuestro alcance, que son las mejores. Para ahuyentar el frío, el hielo del miedo. Y volver a participar de la hoguera de estar vivo.