Todavía se escribirá mucho sobre la decisión de Podemos de no ir con su logo a las municipales, para esperar así la batalla final. Pero, en el proceso de desgaste lógico que ha comenzado la formación de Pablo Iglesias, habrá un momento dramático. Aunque han huido de las municipales, Podemos sí se presentará a las autonómicas que se celebrarán en más de media España. Y ahí comenzará la verbena. En verano es cuando todos los analistas no pararán con los análisis de sangre y de pureza de un fuerza política que empezó desde la izquierda pero que aspira, empujado por el tifón siempre confuso de las encuestas, a recaudar voto en todos los caladeros (llega con que estés enfadado o cabreado con el Sistema, con eme de Merkel). Y es que las preguntas y los escenarios se reproducirán solos. Pablo Iglesias y los suyos tendrán que enfrentarse a la versión política de los famosos cuadernos Santillana para el verano. Si se confirman unos resultados buenos, ¿qué harán? ¿Pactarán? ¿Con quiénes? ¿Dónde? Si son llave, tendrán que gobernar o dejar gobernar y tanto una decisión como otra les dejará sin cartas en la mano. Si se van con IU, adiós al discurso de que son transversales y marca blanca del cabreo. Si permiten Gobiernos autonómicos del PSOE, se llevarán el porrazo de la caricatura de Pablo Iglesias en brazos de Pedro Sánchez. Y del abrazo del oso del PP estilo Monago, ¿qué? Ellos querían seguir virginales, puros e indefinidos hasta el canto general para la Moncloa, pero las autonómicas, y sus pactos, son para el verano.