El «mito» de la transición

OPINIÓN

24 nov 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Es de agradecer a Pablo Iglesias la claridad con que se expresó al ser elegido líder formal de Podemos. Más allá de otros pronunciamientos encuadrables en una dialéctica borrosa, se ha pronunciado sobre el núcleo de lo que pretende: acabar con el «régimen» de la transición, iniciar «un proceso constituyente para abrir el candado del 78». Unas nuevas bases sobre las que construir la convivencia. No hay que llamarse a engaño; ese es el objetivo fundamental declarado con solemnidad. Un envite directo al sistema democrático en el que vivimos desde entonces y desde el que, por cierto, ha podido ser enunciado. El anuncio de una nueva era de la democracia. Con no menos claridad y sin apelar al aura dogmática que desprende la seguridad con que se propone ese «mundo feliz» entiendo que debería ser contestado por los partidos políticos que apoyaron la Constitución. Ya no se trata de discutir cuestiones puntuales; es todo el sistema lo que se pone en cuestión. Les afecta directamente y, desde luego, a sus electores.

Es momento para pronunciar con no menos rotundidad: «No a un nuevo proceso constituyente». De entrada, porque en ningún país con solera democrática se replantea periódicamente ese proceso. Para constatarlo no es necesario buscar ejemplos en repúblicas y monarquías de la UE en la que estamos. No somos una especie rara. La alegoría de la Constitución como candado sugiere que fue acordada con carencia de libertad. No es de justicia lanzar esa sospecha sobre los líderes de partidos que venían de la clandestinidad, que no están necesitados tampoco de exculpación; quién sabe si esa suposición se afirma con el fin de pescar seguidores para la gran confrontación electoral que se prevé. Colaboraron con notoria eficacia al régimen de libertades respaldado por los ciudadanos, que ahora quiere cuestionarse. Precisamente aquel proceso se abrió con unas elecciones en el festivo ambiente, irrepetible, de lo que se estrena, y que, por eso mismo, ya no es connatural en las sucesivas y ordinarias. Se concretó en una Constitución, reformable, que contiene autodefiniciones y derechos irreprochables.

De alguna manera, se trata de desmitificar la transición. No negaré que exista algo de mito, ni tampoco que los pueblos necesiten algo de él, como referencia que avive la ilusión de seguir viviendo juntos. La historia es real, aunque selectiva. El mito de Churchill, Mandela, Kennedy o Suárez se rompe si subrayamos determinados tramos. Para los denostadores, la transición sigue abierta, con necesidad de un ajuste de cuentas. Si la miramos sin estrabismo, natural o inducido, supuso la reconciliación democrática donde había habido una guerra civil. Hitos de ese proceso pacífico, en circunstancias económicas difíciles, son el consenso de la Constitución y los Pactos de la Moncloa.

Quizá no todo haya sido perfecto; pero hubo más grandeza de ánimo que cálculo político. Ese modo de actuar sigue teniendo valor. Convendría reafirmarlo sin complejos.