Desarmar la corrupción

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

24 nov 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

La corrupción política, que consiste esencialmente en el abuso del poder público para lograr ventajas ilegítimas -casi siempre de forma privada o secreta-, se ha revelado algo demasiado común en España y pone en peligro la confianza ciudadana en el buen funcionamiento de la democracia. Este tipo de corrupción es el más detestable, condenable y peligroso, porque debilita nuestra propia fe en el sistema y en sus procesos de autocontrol. Y puede tener «consecuencias funestas», como advertía Chateaubriand ante los malos pasos -«la corrupción de las costumbres»- de la Revolución Francesa.

Pero, siendo esto cierto, no veo peor salida que una especie de desapego o castigo del sistema democrático para curar el mal. Porque la democracia alberga los más excelentes principios, por más que, con demasiada frecuencia, se violenten o tuerzan. Lo natural, pues, es erradicar el mal y regenerar el sistema de convivencia, sin tirar las patas por alto. La corrupción es atajable y, de hecho, se está atajando. Basta ojear el panorama para darse cuenta de los muchos excesos que ya están encausados o en espera de sentencia. Creo que este es el buen camino y los políticos con vocación de futuro deberían impulsar los procesos y favorecer la investigación de las causas en marcha.

Es verdad que el trago, por sucio, es amargo. Pero cabe esperar que el resultado de tanto desbarajuste sea un futuro halagüeño. Porque las ventajas de la corrupción pueden estar llegando a su fin, con el desarme de la impunidad que parecía favorecerla. Cabe esperar, en consecuencia, un porvenir mejor y más profundamente democrático. Lo cual significaría una recuperación de la confianza ciudadana, hoy tan decaída.

Sé que decir todo esto, en tiempos de gran cabreo nacional, parece recitar el cuento de la lechera. Pero no es verdad. La verdadera moraleja de ese cuento es que no se puede fiar todo a los sueños. Es necesario traducir en realidades visibles nuestros propósitos de enmienda social y política. Para ello, lo primero es valorar justamente lo mucho que hemos logrado y erradicar sin piedad todo aquello que corroe los cimientos de nuestros mejores sueños -y logros- comunitarios. No hay otro camino mejor.