Quien bien se pregunta mejor se responde

OPINIÓN

24 nov 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Las elecciones democráticas son una respuesta a una gran pregunta. Por eso están sometidas a la regla de oro de toda investigación: una pregunta mal formulada nunca permite obtener una respuesta correcta. Y de ahí se deduce que, en vísperas de dos procesos electorales de capital importancia, deberíamos reflexionar sobre el tenor de las preguntas que hemos de responder. Veamos por qué.

Hay muchos ciudadanos que se preguntan «con quién estoy de acuerdo», o «quién responde mejor a mis ideas e intereses». Y, ante tal pregunta, mal planteada, es muy posible que la respuesta sea «ninguno», y que lejos de vernos animados o ilusionados por votar, quedemos sumidos en una confusa desesperación que nos conduzca a dos actitudes igual de equivocadas: la de abstenernos, o la de apostar por aventuras desconocidas, como si el hecho de barrer lo que hay nos garantizase la felicidad.

Tampoco es bueno preguntarse «quiénes son los míos», como si la defensa de los colores -como en el futbol- pudiese justificar el apoyo a gente que no nos convence o que está temporalmente desorientada, o como si la política consistiese en resistir como rocas mientras se espera el turno del poder. Y también parece una pregunta equivocada la del que, al ver que una determinada circunstancia política ha generado hábitos y corrupciones inasumibles, se pone a buscar a los ángeles puros que no estén contaminados por el momento, las circunstancias y los hábitos de la propia sociedad.

Claro que la actitud electoral más errada es la del que se pregunta quién puso en el poder a la pandilla que lo ocupa, o qué hado maligno nos llenó los palacios de gente tan inútil y desalmada. Porque este elector, muy abundante, cree que sus votos anteriores no tuvieron nada que ver en el resultado presente, y porque sigue pensando que la política divide a los ciudadanos en actores, que son muy malos, y espectadores, que son buenos y solidarios. Y así es imposible entender nada de lo que pasa y acertar, siquiera remotamente, con la solución.

La pregunta correcta podría formularse así: «Teniendo en cuenta el lugar donde me encuentro y las posibilidades que se me ofrecen, ¿qué quiero o espero que pase?». Porque esta pregunta nos impide abstenernos, o votar angelitos del cielo con alas doradas y túnicas blancas, o adorar partidos que ofrecen paraísos nuevos que dependen de arrasar los viejos, o fiarnos de gentes que nos prometen idílicos derechos que implican la ruptura de las estructuras económicas y productivas en las que estamos instalados. Y también nos debería impedir votar por la inestabilidad y el desgobierno.

Por eso les aconsejo que utilicen los meses que faltan hasta las elecciones para hacerse bien la pregunta: ¿Qué queremos que pase en España? Porque la respuesta a esta cuestión, a mi criterio, no es tan difícil como parece.