Breve alto en el camino

OPINIÓN

20 nov 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Muy pronto se cumplirán 25 años de la publicación de mi primera colaboración en La Voz de Galicia. Y he de entender que es por eso -porque no me hice aburrido ni me quedé desfasado después de 3.500 artículos- por lo que hoy se ponen en esta casa los muebles al revés, y, en vez de ser yo el que agradezca el enorme privilegio de disfrutar de una tribuna que me permite intervenir en el conocimiento y en la orientación de los asuntos públicos, sean ellos los que me honran y me reconocen con el Premio Fernández Latorre.

Un cuarto de siglo sometiendo mi trabajo al juicio de los lectores significa haber recorrido un larguísimo camino. Y puesto que la mayor felicidad del caminante es hacer un alto a la sombra de un castaño y al arrullo de una fuente, espero que me comprendan si hoy me acojo al breve privilegio del descanso, y dejo para mañana la dura obligación de hacer diagnósticos forenses sobre los cascajos retorcidos de la crisis.

El oficio de opinar no consiste en adivinar el pensamiento del lector para coincidir con él y potenciar sus enfados o alegrías. Tampoco es formular una verdad absoluta e incuestionable, que en democracia no existe. Ni, mucho menos aún, adivinar un futuro en el que intervienen miles de actores libres e inteligentes que tratan de realizar como mejor saben y pueden sus valores e intereses. Lo que hace bueno y útil el análisis político es aportar argumentos y perspectivas que enriquezcan la opinión libre del lector, moderar los impulsos y reacciones que pueden precipitar decisiones equivocadas, y mantener la idea de que el espacio público es una realidad de naturaleza distinta a la pura suma de intereses personales. Por eso se hace tan difícil opinar con serena corrección en este tiempo de ansiedad. Porque la crisis fragmenta el interés colectivo, personaliza la visión de lo público, y potencia de tal manera la sensibilidad y el rechazo a todos los fraudes y errores, que nos impide o dificulta apreciar hasta qué punto repercuten nuestras iniciativas e intereses sobre la estabilidad de los sistemas y sobre la gestión eficiente del bienestar general.

Mi intención, contra lo que muchos creen, no es demostrar habilidad para razonar al revés, sino generar argumentos para el sosiego colectivo y para elegir lo que es mejor entre lo posible. Por eso tuve dos etapas bien diferenciadas: la de opinar contra el poder, con apariencia de resentido, cuando su influencia era exorbitante; y la de opinar a favor del poder y del sistema cuando un tsunami furioso, nacido de nuestra propia indignación, amenaza con orientar la proa hacia el traicionero principio del borrón y cuenta nueva.

Por eso me tomo este descanso a la sombra del inmerecido homenaje que me hace la Fundación Santiago Rey Fernández-Latorre. Porque mañana, con las ideas serenas, he de volver al camino.